En esas presidenciales donde electoralmente debuté, metí la boleta entera del que cada día más, y después de largas idas y venidas, considero que es mi partido. A nivel comunal la intendencia era muy buena, tanto que hoy, ese intendente al que le di mi primer voto, hoy es el gobernador de Mendoza, cosa que me encanta y me enorgullece, porque su gestión fue, desde que tengo memoria una de las mejores.
Dos años después de esas elecciones, en las que mi candidato quedó tercero, una vez más, metí boleta entera del partido. En ese momento fue algo controvertido. Era un año complicado, con los efectos colaterales de la "no positividad" encima y el deseo ferviente de que el próximo gobierno cambiara de sello. En la provincia el partido arrasó, pero dos años después, el panorama político era distinto.
El partido estaba en un frente, el gobierno de turno, ya se jactaba de ser el Estado ("El Estado Soy Yo") y nuevamente, el otro partido, ese que no voté nunca, arrasaba en las urnas. Mamá siempre consideró que re-re-reelección de un candidato no era democrática, papá al igual que en 2003, seguro atinaba a decir que "cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Yo no voté, no pude. Mi vida había dado un giro de 360 grados y ya me encontraba en La Plata. No gobernaba nadie de mi partido, la provincia, la Nación y la comuna destilaban elotropartidismo. La misma historia en 2013.
Llegó 2015. Lo empecé en Mar del Plata, en el cierre de campaña de un candidato que acompañaban mi partido y varios ideológicamente muy cercanos. No era casual que fuera en Mar del Plata ni era casual que yo me encontrara allí terminando de definir mi identidad política. Lejos de casa, lejos de cualquier otra historia, habiendo terminado de cursar en una facultad donde las ideas no se matan, pero se amordazan y con la conciencia y la convicción de que el cambio esta vez sí podía ser posible, empecé a emocionarme con la idea de volver a votar, de sentir lo lindo que es vivir en democracia y poder pelearla día tras día.
Entre febrero y marzo, las noticias vinieron como un sacudón, todas juntas, como una de esas olas que te da vuelta y no tenés la más pálida idea de dónde te deja parada. El candidato incómodo, ese que no le convenía a nadie, se bajó. El partido, mi, estaba quedando a la deriva y vio dentro de un frente la posibilidad de tomar un salvavidas que lo catapultara a las grandes ligas una vez más. Los resultados le dieron la razón, por más que varios militantes todavía sangrasen-y sangren-por la herida. Nadie niega que pueda ser una oportunidad para que en las próximas elecciones, el pueblo merezca tener un buen gobierno. Queriendo o no, hace ocho años fui orgánica votando al candidato que habían llevado, esta vez, también lo soy, con el dolor de no haber podido encontrar una alternativa, pero con todas las ganas para poder, de acá a las próximas elecciones, poder contribuir a construirla.