Podría vivir sin vos. Estaría tranquila. No me despertaría todas las mañanas con ese "no sé qué" en la panza que tengo desde el segundo exacto en que te conocí, ni recordaría a la perfección el ruido de tu cuerpo desplomándose sobre la silla que acercaste a la mía la primera vez que hablamos.
Podría vivir sin vos. Sin buscarle explicación a tus arrebatos, a lo intempestivo de tus reacciones, a tus enojos en oleada, sin negociar con tu capacidad para sorprenderme, descolocarme y dejarme sin pies, ni cabeza, sin saber dónde estoy, ni para donde voy, sabiendo sólo que voy con vos.
Podría, sí, en uno de mis arranques, enojarme, borrarte de todas partes, sacarte de raíz, fingir que fuiste un sueño, una alucinación... podría creer o hacer como si creyera que no exististe, que no fuiste, que no eras, que no fuimos. Sí. Podría. Podría y de ahí en adelante mi vida seguiría su curso, la tuya el suyo, viviríamos el tiempo que nos quede, pero sin compartirlo. Me resisto. Una y mil veces me resisto.
Podría hacerme la boluda, decir que sólo convergimos en un punto, para chocarnos, explotar y arder como lo hicimos, para luego desintegrarnos en la nada misma, como le pasa a dos desconocidos cualquiera, de esos que arden más de lo que duran o duran más de lo que arden. Nosotros no. Yo con vos no. Vos conmigo, menos.
Quizá hubiésemos podido vivir, yo sin vos, vos sin mí, nosotros sin nosotros, pero no pasó. No era ni siquiera viable. En medio de nuestra colisión, de nuestras coincidencias y diferencias nos transformamos, no volvimos a ser los mismos. No pudimos, ni quisimos. Y es precisamente por eso que hoy caigo en la cuenta de que aunque sé que podría vivir sin vos, no quiero, porque te elijo, hoy y mañana. Mientras arda, mientras dure, mientras me sigas sorprendiendo, mientras al encontrarnos podamos seguir siendo. Aunque no seamos siempre los mismos, siempre somos, siempre seremos.