Corría el año 2007 y ni bien empezó tuve que comenzar a prepararme para mi viaje de egresados. Mamá, mi padrino y mi tío habían hecho un esfuerzo entre todos para pagarme religiosamente las cuotas de cada mes, así que cuando por fin me subí al colectivo que me llevaba a Bariloche estaba ansiosa, histérica y en ese estado de "nopuedocreerlomeestoyyendo" que a todos, a los cuarentipico que éramos nos invadía por igual.
Sin embargo, mis planes de disfrutar al máximo cambiaron por completo el mediodía del 8 de enero. Habíamos ido a bailar la noche anterior y un gigantón de dos metros me había pisado el tobillo, tenía un moretón enorme, pero también 17 años y una tozudez marca huevo frito, entonces me la banqué y subí al Cerro Catedral como todos mis compañeros. Una vez que llegué allí me encontré con que no había nieve tanta nieve sino uno que otro cascote de hielo y varias piedras descubiertas. Sin embargo, ver algo de blanco y más que nada sentirlo, en pleno enero, era un privilegio.
Alguien gritó "Chicos, vengan a sacarse las fotos para el cuadro" y fuimos, estaban los camarógrafos pidiendo que nos empezáramos a acomodar mientras algunos seguían jugando con la nieve y otros recién estaban viniendo. Yo me acomodé rápido, me acuerdo, porque sino me ponía adelante difícilmente saldría en las fotos. Me dolía el pie, pero era solamente un pie, ¿qué más daba?
No sé en qué momento fue, no pude reaccionar tampoco, ni pude incorporarme. No supe cómo ni de qué manera, de repente, de estar casi adelante de todo en el montón de gente, pasé a estar abajo. Sí, abajo de un montón de overoles naranja y nada más. Tenía una mano apoyada sobre mi cara y sentí cómo el hielo o la nieve o lo que fuera, me estaba empezando a quemar, eso que estaba tocando estaba tan frío que me quemaba una mano y no veía nada, Estaba boca abajo, con vaya uno a saber cuántas personas arriba mío. Empecé a gritar, grité, grité, grité, con todas mis fuerzas. Había ganado un concurso de gritos hacía unos años, tenía que funcionar. Pero la gente de arriba mío no se movía, no pasaba absolutamente nada. Seguí gritando. Sentí un crujido, la presión sobre mi cabeza era insoportable. Me estaban aplastando y nadie me escuchaba. No me desesperé, o sí. Sólo seguí gritando.
No sé precisar tampoco cuanto tiempo pasó, cuánto pasé yo ahí abajo de todos. Lo único que sé es que apenas salí vi que una mis compañeras que también había quedado abajo de todo, estaba puteando a medio mundo, diciendo a gritos "pensé que me iba a morir pelotudo, estaba abajo de todos y nadie me escuchaba"
-Yo también-dije. Estaba mareada. Alguien me preguntó si estaba bien y me desmayé.
Alguien me tiró agua en la cara, recuperé el conocimiento. Una voz dijo "ja, ¿no estará exagerando?"
El coordinador le respondió "no, se desmayó" y para más inri, en cuanto me incorporé, me empezó a sangrar la nariz.
El otro coordinador, me subió a caballo suyo y me bajó así hasta llegar a la zona de las aerosillas, tiempo después sabría que eso era algo peligrosísimo y que ni siquiera me tendrían que haber movido, pero ya estaba hecho, estoy viva, ni modo.
Me bajaron porque no había médicos ahí arriba, porque recién tuve que llegar al refugio que había más abajo para que alguien me atendiera. Ahí adentro me empezaron a hacer preguntas
-Cómo llegaste hasta acá?
-Caminando.
-¿Cómo que caminando?, ¿eso que tenés en la mano es una ampolla?
-Sí, me quemé con la nieve, quedé con la cara entre mis compañeros y la nieve, puse la mano porque estaba así...
Me pusieron suero y cuando me dormía me volvían a despertar. Ni sabía qué hora era.
Después me llevaron al hospital Regional. En el viaje, una médica me hacía las mismas preguntas que en el refugio,
-Nombre, edad, número de teléfono, documento...
-Gabriela Victoria, 17, 2615030968, 3450...
-¿Qué te pasó?
En el hospital me hicieron tomografías, radiografías y me miraban las fosas nasales para ver de qué lado había sangrado. Me miraban los ojos y evitaban a toda costa que me quedara dormida.
Veía luces y tenía una mosca que no me dejaba quedarme quieta en el tomógrafo. Me dormí, me despertaron.
Recién tipo 7 de la tarde llamaron a mamá, que se estaba yendo a un Congreso. Le dijeron que iba a pasar la noche en el hospital para estar tranquila, porque no tenía nada grave.
-¿Chocazo?-preguntó un médico, el último que vi antes de que me pusieran en una habitación.
Negué con la cabeza.
-¿Qué te pasó?
Le conté.Se limitó a mirarme.
Antes de entrar en la habitación, vi que había carteles con los nombres de los recién nacidos que había en el hospital. Me llamó la atención que todos se llamaran Valentina, Valentín y Valentino. Yo creí que estaba en el área de maternidad, estaba en terapia intensiva.
Los días siguientes me la pasé entre el oftalmólogo, el neurólogo y los clínicos. No era recomendable que tomara alcohol, a los boliches iba de visita, no pude cabalgar o hacer algunas cosas en las excursiones y volví a casa con mitad de la cara violeta (por los moretones) y los globos oculares rojos, porque la presión en la cabeza había sido tan fuerte, que todos los capilares que había en esa zona se reventaron. Al menos eso me dijeron los médicos que vi a la vuelta, ante la atónita mirada de mamá, que no entiende cómo no la llevaron hasta Bariloche. Un médico amigo le dijo que en casos como el mío pasar la noche internada es una medida de precaución, porque no se sabe cómo evolucionan esos casos y muchas veces, hay que descartar hemorragias internas que quizá los exámenes preliminares no muestren.
-Politraumatismo de cráneo con pérdida de conocimiento.-le escuché a decir a una enfermera de las que me atendió en el Regional-la sacaste barata. Con el tiempo entendería por qué.
Todavía me pregunto qué hubiera pasado si no me sangraba la nariz y si mi coordinador no me creía. Pero pasó mucho tiempo y ya no hay "what if...", estoy.
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