viernes, 29 de diciembre de 2017

Mother Mary comes to me

Muchas veces, muchísimas, saber de dónde venís te da impulso para saber hacia dónde vas. Uno de los descubrimientos más grandes de este año fue ella: doña María Moranta Dalmau, viuda de Bibiloni, una de mis bisabuelas. Ella, al igual que gran parte de mis familias, también vino en un barco, dejó atrás su pueblo natal y empezó una vida y una nueva familia en Argentina.  Pese a que vivió hasta entrados sus 90 y los ’90, jamás la conocí.
Cuando era chica, alguien me dijo que las modistas arreglan con hilo y aguja no solo telas, sino también relaciones, vidas, amores y dolores; ellas buscan unir lo que se separó, porque uno no puede seguir adelante si no reúne sus retazos, los junta y los enmienda. Mi abuela materna era modista y a falta de ella, fueron sus tres hermanas, un equipo inseparable, las que en mi vida hicieron el rol de abuelas. María también era modista y todos los que la conocieron la recuerdan como una dulce y afable, capaz de armarse de fuerza y coraje cuando era necesario, de sacar adelante a toda la familia de las situaciones más negras y de “arreglar” lo que hubiera que arreglar para seguir adelante.  Cuando lo supe la amé al instante.
Hasta hace algunos días atrás ni siquiera la había visto en fotos. Alguien alguna vez me había dicho que tenía los ojos más azules que su marido, el pelo negro y la cara blanca y con esa mínima descripción traté de imaginármela muchas, varias, veces. Cuando por fin la vi caí en la cuenta de dos cosas: la primera, que tal y como dijo la persona que me dio la foto, “la genética no perdona” ya me parezco a ella más de lo que jamás hubiera imaginado y la segunda, que conocerla y saber su historia arregló algunos de esos pedazos rotos con los que ya no quiero cargar ni este año ni nunca más.

Una vez más, María cosió para mí. Lo que se hereda no se roba.