Muchas veces, muchísimas, saber de dónde venís te da impulso
para saber hacia dónde vas. Uno de los descubrimientos más grandes de este año
fue ella: doña María Moranta Dalmau, viuda de Bibiloni, una de mis bisabuelas.
Ella, al igual que gran parte de mis familias, también vino en un barco, dejó
atrás su pueblo natal y empezó una vida y una nueva familia en Argentina. Pese a que vivió hasta entrados sus 90 y los ’90,
jamás la conocí.

Hasta hace algunos días atrás ni siquiera la había visto en
fotos. Alguien alguna vez me había dicho que tenía los ojos más azules que su
marido, el pelo negro y la cara blanca y con esa mínima descripción traté de
imaginármela muchas, varias, veces. Cuando por fin la vi caí en la cuenta de
dos cosas: la primera, que tal y como dijo la persona que me dio la foto, “la
genética no perdona” ya me parezco a ella más de lo que jamás hubiera imaginado
y la segunda, que conocerla y saber su historia arregló algunos de esos pedazos
rotos con los que ya no quiero cargar ni este año ni nunca más.
Una vez más, María cosió para mí. Lo que se hereda no se
roba.
Hermoso pasar por acá. Saludos.
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