domingo, 25 de noviembre de 2018

Noviembre Contigo

Noviembre es uno de los meses que más me gusta en el año. Aparte de que marca el fin/comienzo de muchas cosas y de muchas historias, también me recuerda que te conocí y que durante tus 92 años fuiste una de las personas más importantes de mi vida.
Era llegar a Mar del Plata, pisar la casa de la calle Talcahuano y ver tu cabeza blanca asomándose desde la quinta, por la puerta del fondo o desde abajo del sauce, abrazarnos sin parar y que sonrieras. Estabas orgullosa de tener todos tus dientes y se lo atribuías a que tomabas un litro de leche por día y estabas orgullosa de tus canas, porque la mayor parte de la enorme familia que somos, te conocía por ellas. 
Yo te agarré tarde, cuando ya rondabas los 70 y sin embargo, siempre me esperaste llegar; desde aquel 16/05 en el que nací hasta cuando vivía en La Plata y en medio de un fin de semana largo me escapaba para verte. 
Extraño tu comida, sí, los buñuelos calientes recién hechos, la 80 golpes o las pizzas caseras; extraño que te acuerdes que odio el mate y me hagas un jarro de té con limón y miel, pero más que nada extraño tus anécdotas.
Quiero que me cuentes una y otra vez sobre lo que pasaba en la Segunda Guerra, el funeral de Gardel o las películas de Mirtha Legrand; que cantes tangos y canciones de Libertad Lamarque; que me muestres una por una las fotos de toda la familia y los cuadros, que me digas de qué casamiento es tal o cuál plato o cómo eran tus viajes en tren de San Agustín a Chaco para la cosecha de algodón.
Siempre admiré tu fortaleza, el modo en el que saliste adelante, lo mucho que diste por toda la familia y lo que supiste disfrutar la vida pese a todo lo que tuviste que enfrentar. 
Yo no me olvido de tus canas, de tu experiencia, de esa mezcla entre gallego y valenciano que solo tenía tu acento, del olor algo a punto de salir del horno y las siestas en tu cama. Yo no me olvido de que sonreías cuando decías "ella se llama como yo" o que lloramos juntas en el balcón cuando llamó Gus desde Estados Unidos. Yo no te olvido vieja y de hecho, hoy te recuerdo más que nunca. Felices 99, dondequiera que el cielo te haya llevado, aunque siempre estés en mí. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

Parada

-Bien a la mierda te podés ir!- quise gritarle, pero las palabras no me salieron. Me quité el cinturón de golpe, me bajé del auto y crucé la calle. Él no dijo una palabra, simplemente arrancó y se fue.
Eran casi las dos de la mañana y los planes que había hecho a la tarde se habían derrumbado, tendría que esperar el bondi, uno que quizá nunca llegaría.
Me largué a llorar, de caliente nomás. No estaba enojada, estaba dolida. Él y yo podríamos haber discutido, pero preferí quedarme en mute, no tenía sentido plantearle cosas de las que quizá ni siquiera se daba cuenta, de solo pensarlo, me estresaba.
Seguí llorando, fue en ese momento en el que caí en la cuenta de lo que estaba haciendo: esperaba el colectivo sola, con tres pibes al lado, ellos tenían más alcohol, eran el doble de grandes y la calle, salvo por la poca gente que estaba en las paradas, estaba casi desierta.
“Podría haber fingido estar borracha mal para quedarme en su casa”, “podría haberle dicho que me llevara a la mía”, pensé. Estaba tan malpegada  que ni se me cruzó por la cabeza, lo quería lejos, bien pero bien lejos, a él y a su auto.
En ese momento me vino a la  cabeza la voz de mi mamá diciendo “no te da miedo andar por la calle sola?” Y me acordé de que mi respuesta había sido un rotundo “no”. Pero algo había cambiado ese  día y me sentía más vulnerable que nunca.
Habíamos ido  a una fiesta y la había pasado como el  culo, el vino era malo y a él lo odiaba tanto como lo amaba. Qué mierda!! -Qué hora es?- le preguntó un  pibe al otro- el bondi pasa hasta las 2.
-Las 2 y 5. Tiene que estar por venir.
Se acerca otra piba.
-Hace mucho que pasó el 13??
-Todavía no- le respondo.
“Esta es la parte más triste del día: cuando te dejo”, le dice Amelia a Jamie en Love Actually ni bien se baja del auto. Se lo dije a él alguna vez y ahora me arrepentía. Quería dormir, necesitaba dormir y que mañana fuera otro día.
“Si es que llego a casa”, pensé.
Ya eran las 2:30 y ni miras del bondi. El taxista de la vez pasada me quiso levantar y el de la otra vez desconectó la manguera del GNC para que el auto se le parara, dijo que no quería atravesar los barrios de ese lado. El taxi no era una opción. Uber no existe. Quién sabe cuántas horas tenga que esperar. Si llego.
El viento se hace más fuerte y la calle está cada vez más vacía. Siento un hueco adentro, me abrazo y me digo que todo va a salir bien. Espero.
“Se lo tendría que haber dicho”, pensé. “Sino siempre va a seguir suponiendo que todo está bien”. Volví a llorar, no estaba sola, pero me sentía sola y por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo. De no decir, de no llegar.
-Ahí viene- gritó la chica. Paramos el bondi y subimos. Me siento.
Vuelvo a sacar el teléfono, la billetera y las llaves. Me los había guardado en el escote. Aún con todo en la mano, me vuelvo a abrazar y respiro.
“Ahora solo falta poder llegar a casa”, pienso
Ahora solo falta poder llegar a casa sana y salva.