Las 5 w. ¿Quién
sos?, ¿de dónde sos?, ¿cuántos años tenés?, ¿de qué vivís?, ¿estás soltero o
casado? Después de esas cinco preguntas y un par más, Royce no me pareció para
nada interesante. Estaba cerrando la aplicación cuando me dijo “Habla conmigo,
estoy muy solo, por la guerra”.
“¿Qué guerra?”
pregunté
“Estoy en Afganistán” me
respondió.
"La guerra es la falta de todo" le contesté.
"Sí, estoy solo, no como bien y extraño a mi mamá"
Ppocas cosas me tocaban tan de cerca como esa. Mi abuelo materno
se tuvo que ir de su pueblo después de la Segunda Guerra Mundial. Italia se
había convertido en república algunos años antes. Por una serie de
casualidades, ni él, ni su padre, ni sus hermanos tuvieron que ir a pelear en ninguna de las dos Guerras,
pero sufrieron las consecuencias. Las más graves fueron el hambre y la soledad. A
los 18, a don Angelo lo subieron a un barco en el puerto de Génova y tras un viaje de más de
un mes llegó a una Argentina, que, a simple vista, parecía más que abundante.
Esa misma
abundancia es el primer recuerdo de mi infancia. En lo del nonno jamás faltaba
la comida. Nunca. Yo revisaba cajones de todas las alacenas de la casa y
siempre encontraba dos cosas: monedas, porque las coleccionaba, y comida,
porque “hoy hay” y acto seguido, el nonno me llenaba el plato.
“Estoy hace
varios años aquí, pero cada tanto me dan permisos especiales para ver a mi familia. Los extraño un montón”
“¿Dónde están?”
“En Nueve York,
hace muchísimo que no los vemos. Mis sobrinos están enormes, mi hermana tuvo un
hijo hace poco y todavía no lo conozco. Mi sobrina tiene síndrome de down”
Pienso en mi tío,
que se fue de Argentina en los ’90 cuando mi hermano y yo éramos chicos y mi
hermanito todavía no había nacido. Siento lástima por él. Uno no debería estar
separado de su familia sin poder volver por tanto tiempo. Iba a contarle a
Royce esa historia, pero me contuve. Si no se la contaba a la gente que conocía
¿por qué lo haría con un desconocido?
“¿Podemos seguir
hablando por WhatsApp?, no me conecto demasiado en esta app, pero quiero que sigamos en
contacto contigo”.
"Sí. Quiero que me cuentes más sobre cómo estás viviendo allí" le contesté. A cualquier otro le hubiera pasado mi Facebook o mi Instagram, pero él me dio lástima, ternura, no sé qué.
Le di mi número y algunos minutos después recibí un
mensaje. Cuando lo leí vi que había algo raro, pero no podía notar qué. Unos minutos después,
se me “prendió la lamparita”. Lo primero que hice fue googlear el código de área
del supuesto número de Royce; era de Missouri, a más de 1500 kilómetros de
Nueva York. ¿Por qué alguien tendría un número de un estado que no es el suyo?
“Preciosa,
¿sigues ahí?”
No contesto. Me
manda otro mensaje.
“Anda Prinsesa,
kuéntanos de ti”. No le iba a responder todavía.
Ahí me doy cuenta
de la segunda cosa que iba mal con Royce: se suponía que el inglés era su
lengua materna, pero tenía muchos errores de ortografía, gramática y sintaxis. Usaba
terceras personas del singular sin la -s al final, le ponía mayúsculas a los
sustantivos comunes que estaban en el medio de las oraciones y ponía auxiliares
donde no iban. Raro todo.
Volví a googlear.
“Afganistán” primero y después su nombre completo “Royce Kevin Fanelli”. Uno de
los primeros resultados era de Facebook, una página que se llamaba “you are
being scammed” (algo así como “estás siendo estafado”), había una lista con toda
una serie de nombres entre los que se encontraba el de Royce. Todo era una
estafa. Alrededor del mundo varias mujeres habían “caído”, le habían mandado
dinero, habían revelado información sensible de sus vidas y una vez que
descubrían el engaño, eran amenazadas con que todo el contenido de sus
conversaciones y sus fotos sería divulgado en la web. Nada mal. Todo horrible.
“La guerra es ‘la
falta de todo’”, fue una de las cosas que le había escrito a este hombre, cuando me conmovía, cuando me apenaba por él, cuando sentía lo horrible que debía ser estar en su lugar. Volví a pensar en mi abuelo hambriento, en la bomba que estalló en su pueblo, en toda la gente
que está sola en serio en algún frente y en las personas que son lo
suficientemente vulnerables para creerle a un tipo como Royce. La guerra es la
falta de todo, sí. Inclusive de la empatía.¿Qué clase de persona tiene el tupé de jugar con eso? ¿quién puede apelar a una guerra para estafarte? Los hay, existen y están ahí rodeándonos.
¡Feliz año, Vicky! Te leo siempre.
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