Mi abuelo no era de este mundo, estimo que por eso se fue tan temprano. Los que lo conocieron dicen que era demasiado sensible, demasiado inteligente y también demasiado melancólico.
Don Guillermo vivía por/para sus pasiones y eso en su corta vida fue un arma de doble filo. El año pasado escribí esta nota resaltando lo importante que fue su presencia en el teatro mendocino, al menos hasta la llegada de gobiernos que prefirieron la masificación antes que la excelencia. Mi abuelo y yo nos parecemos en muchas cosas, pero en esas cosas en las que nos parecemos supimos encontrar las diferencias.
Amamos la literatura, pero él era fan de los griegos y de los franceses. Hablamos muchos idiomas, pero no exactamente los mismos. Escribimos un montón, pero no tenemos ni por casualidad el mismo estilo y así con todo. Por cosas del destino, la casualidad o la causalidad muchos de sus libros fueron a parar a mis manos y mucha gente que lo conoció está en contacto con nosotros.
Las abuelas de mis amigas fueron sus alumnas, algunas profesoras y hasta bibliotecarias que ya se jubilaron también. Don Guillermo y yo nunca nos conocimos porque para cuando yo nací, él ya llevaba varios años muerto. Sin embargo, su legado queda, persiste y sigue vivo no solo entre las páginas amarillas sino cada cosa que hacemos quienes llevamos su sangre, su apellido y el orgullo de ser sus nietos.
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