Son las seis y media de
la mañana. Es lunes y este es el primer cambio del día, el primero de muchos, a
lo largo de toda la semana. Vine con la morada puesta a la facultad. Tengo una
hasta para dormir, pero esa es otra historia. Yo estoy acá a punto de salir a
la mesa y me sobran los motivos para hacerlo. En las buenas y en las malas.
Siempre.
Un verano íbamos con mamá
pasando por el comité de calle Alem, en la ciudad de Mendoza y ella que siempre
dijo que haría política y que le iría bien, pero estaba desencantada, me
confesó a voz baja “mi corazón es radical, cuando yo iba a la facultad esa
impronta estaba muy marcada, como será que la tía me había tejido boinas
blancas. Yo iba a ver a fulano o mengano a los actos que hacían y ni hablar de
que votaba a la Franja. Derecho la sigue conduciendo la Franja, vos fijate.” Me
brillaron los ojos.
A la semana me afilié al
partido. Pero el momento que marcó un antes y un después fue cuando un domingo
a la noche, un correligionario me dijo “venite mañana para el Cece”. Empecé a
militar en Franja Morada.
Todo parecía muy
sencillo: había que estar en la mesa, decir las aulas-y decirlas bien-, hacer
los cambios cada tres horas, panfletear y re-panfletear y listo. Un día alguien
me preguntó qué hacer si había rendido por quinta vez mal un final y estaba
cursando la correlativa de la materia que tenía que recursar y se me vino el
mundo abajo. Tenía alguien atrás para decirlo, pero yo tenía la responsabilidad
de encontrar una solución cuando no hubiera nadie más. Si alguien recurría a
mí, tenía que ser yo quien se preocupara en darle una respuesta.
Con el correr del tiempo
venía alguien que decía que no podía pagar las fotocopias, otro que no entendía
ni jota de lo que Etkin decía u otro que no sabía ni por dónde empezar a leer
para tal o cuál materia. Y ahí estaba yo, parada, intranquila, buscando
soluciones, improvisando, aprendiendo a los ponchazos qué era eso de militar en
una agrupación que hacía más de veinte años era el centro de estudiantes.
-A la remera no te la podés
poner por nadie, esto lo tenés que hacer por vos, porque te sale, no por
obligación- me dijo un ex presidente.
-A la remera te la vas a
ganar militando, saliendo a garantizar todos los días los derechos de los
estudiantes-continuó un consejero.
Y todavía me acuerdo de
la emoción y el orgullo que sentí cuando lo vi al gordo, que bajaba del
ascensor con dos remeras y me alcanzó una.
-Es talle M, fijate si te
queda.
Me quedó perfecta. Así
empezó. Así seguí. Así entendí que nosotros, todos, los casi 70 que somo-y creo
que me quedo corta- no militamos por ganar un voto más o menos. Hacemos la
diferencia todos los días, por el solo hecho de estar ahí, desde el curso de
ingreso hasta el Festejo Responsable. Quienes nos eligen para estar donde
estamos no depositan un papel, sino otras cosas muchísimo más valiosas: la
confianza, la convicción, la seguridad y la certeza de que siempre van a tener
alguien que mueva cielo y tierra para garantizar sus derechos.
Yo milito porque estoy
convencida de que como decía Mandela “la educación es el arma más poderosa para
cambiar el mundo” y más que un arma, yo siempre la vi como una herramienta, LA
herramienta para cambiar no sólo el mundo, sino TU mundo, ese que se construye
y cambia, que es tuyo por el solo hecho de ser persona y que es único como uno
mismo.
Puedo estar pateándome
las ojeras, sin poder ponerme al día con las quinientas mil cosas que tengo que
hacer, muerta de frío los sábados a las ocho de la mañana con la puerta de 47
abierta, sin saber qué voy a encontrar abierto para comprar comida porque ya
son más de las 22 y todavía no me fui o doblando panfletos un domingo. Pero el
día, mi día, vale la pena si con esfuerzo y constancia pude ayudar a alguien,
resolver uno, diez o cien problemas y si aunque sea una de esas miles de
personas que todos los días vienen a la mesa, me cruza por el pasillo, el aula
o la biblioteca, sabe que voy a estar ahí y que puede contar conmigo cuando lo
necesite.
Son las seis y media de
la mañana. Es lunes y este es el primer cambio del día, el primero de muchos, a
lo largo de toda la semana. Vine con la morada puesta a la facultad. Tengo una
hasta para dormir, pero esa es otra historia. Yo estoy acá a punto de salir a
la mesa y me sobran los motivos para hacerlo. En las buenas y en las malas.
Siempre Franja Morada.