sábado, 27 de agosto de 2016

Morado corazón

Son las seis y media de la mañana. Es lunes y este es el primer cambio del día, el primero de muchos, a lo largo de toda la semana. Vine con la morada puesta a la facultad. Tengo una hasta para dormir, pero esa es otra historia. Yo estoy acá a punto de salir a la mesa y me sobran los motivos para hacerlo. En las buenas y en las malas. Siempre.
Un verano íbamos con mamá pasando por el comité de calle Alem, en la ciudad de Mendoza y ella que siempre dijo que haría política y que le iría bien, pero estaba desencantada, me confesó a voz baja “mi corazón es radical, cuando yo iba a la facultad esa impronta estaba muy marcada, como será que la tía me había tejido boinas blancas. Yo iba a ver a fulano o mengano a los actos que hacían y ni hablar de que votaba a la Franja. Derecho la sigue conduciendo la Franja, vos fijate.” Me brillaron los ojos.
A la semana me afilié al partido. Pero el momento que marcó un antes y un después fue cuando un domingo a la noche, un correligionario me dijo “venite mañana para el Cece”. Empecé a militar en Franja Morada.
Todo parecía muy sencillo: había que estar en la mesa, decir las aulas-y decirlas bien-, hacer los cambios cada tres horas, panfletear y re-panfletear y listo. Un día alguien me preguntó qué hacer si había rendido por quinta vez mal un final y estaba cursando la correlativa de la materia que tenía que recursar y se me vino el mundo abajo. Tenía alguien atrás para decirlo, pero yo tenía la responsabilidad de encontrar una solución cuando no hubiera nadie más. Si alguien recurría a mí, tenía que ser yo quien se preocupara en darle una respuesta.
Con el correr del tiempo venía alguien que decía que no podía pagar las fotocopias, otro que no entendía ni jota de lo que Etkin decía u otro que no sabía ni por dónde empezar a leer para tal o cuál materia. Y ahí estaba yo, parada, intranquila, buscando soluciones, improvisando, aprendiendo a los ponchazos qué era eso de militar en una agrupación que hacía más de veinte años era el centro de estudiantes.
-A la remera no te la podés poner por nadie, esto lo tenés que hacer por vos, porque te sale, no por obligación- me dijo un ex presidente.
-A la remera te la vas a ganar militando, saliendo a garantizar todos los días los derechos de los estudiantes-continuó un consejero.
Y todavía me acuerdo de la emoción y el orgullo que sentí cuando lo vi al gordo, que bajaba del ascensor con dos remeras y me alcanzó una.
-Es talle M, fijate si te queda.
Me quedó perfecta. Así empezó. Así seguí. Así entendí que nosotros, todos, los casi 70 que somo-y creo que me quedo corta- no militamos por ganar un voto más o menos. Hacemos la diferencia todos los días, por el solo hecho de estar ahí, desde el curso de ingreso hasta el Festejo Responsable. Quienes nos eligen para estar donde estamos no depositan un papel, sino otras cosas muchísimo más valiosas: la confianza, la convicción, la seguridad y la certeza de que siempre van a tener alguien que mueva cielo y tierra para garantizar sus derechos.
Yo milito porque estoy convencida de que como decía Mandela “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” y más que un arma, yo siempre la vi como una herramienta, LA herramienta para cambiar no sólo el mundo, sino TU mundo, ese que se construye y cambia, que es tuyo por el solo hecho de ser persona y que es único como uno mismo.
Puedo estar pateándome las ojeras, sin poder ponerme al día con las quinientas mil cosas que tengo que hacer, muerta de frío los sábados a las ocho de la mañana con la puerta de 47 abierta, sin saber qué voy a encontrar abierto para comprar comida porque ya son más de las 22 y todavía no me fui o doblando panfletos un domingo. Pero el día, mi día, vale la pena si con esfuerzo y constancia pude ayudar a alguien, resolver uno, diez o cien problemas y si aunque sea una de esas miles de personas que todos los días vienen a la mesa, me cruza por el pasillo, el aula o la biblioteca, sabe que voy a estar ahí y que puede contar conmigo cuando lo necesite.
Son las seis y media de la mañana. Es lunes y este es el primer cambio del día, el primero de muchos, a lo largo de toda la semana. Vine con la morada puesta a la facultad. Tengo una hasta para dormir, pero esa es otra historia. Yo estoy acá a punto de salir a la mesa y me sobran los motivos para hacerlo. En las buenas y en las malas. Siempre Franja Morada.




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