viernes, 24 de mayo de 2019

El hueco

A veces duele más, a veces menos. Hay días que lo siento como todo un abismo, como un señor agujero que me come en carne viva, que me echa ácido sobre las heridas, que apenas me deja respirar y que, a duras penas, me deja ser.
Está ahí, lo veo y en ocasiones siento que hasta me habla, que por cada paso que doy me recuerda todo lo que hubo atrás, eso que fuimos, eso que quisimos ser, eso que se extinguió sin que siquiera lo pudiera prever.
Duele, sí, duele como una puñalada, arde como una cortada por papel un raspón dejado a merced de la sal del mar, hiere como todo lo que no vuelve, como todo lo que nunca más volverá a ser como antes. A veces siento que me mata, otras, que me recuerda que siento y que por ende, todavía estoy viva.
A veces, el hueco me deja reírme a carcajadas y estoy bien y siento la brisa, el sol y que la vida se me reinicia, que puedo salir a flote, que puedo con todo. Otras veces, el hueco me hunde, me deja en el inframundo, me aliena, me enajena y por último me rompe y me astilla, como si fuera de cristal, como si todo lo que tocara también me fuera a dañar.
No puedo hablar del hueco sin llorar, como tampoco puedo hablar de quien antes lo ocupaba, ese que me dejó sin voz, ese que me dejó tan pero tan vacía que me dejó sin puntos cardinales. Me dejó, me botó, me duele, me hiere. Es el hueco, es el hueco el que me recuerda que él está, que existe, que fue, que no puedo apretar delete y borrarlo de mi vida, que no puedo apretar rewind para desconocerlo.
Es él. Él es el hueco y mientras sea así, hueco, nada ni nadie va a poder llenar su lugar.

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