domingo, 11 de octubre de 2020

La nostra storia fra le dita

 Siempre que vea las tortugas Ninja me voy a acordar de vos. También cuando alguien nombre a Brunelleschi o a Florencia y me muestren fotos de la cúpula. Esa donde te sacaste la foto. La foto que más me gustó de tu Instagram y que dijiste que era de tus favoritas. Confieso que a mí no me gustaba tanto, porque no se te veían los ojos, que para mí siempre va a ser lo más lindo de tu cara. Me voy a acordar de vos cada vez que alguien me nombre el pueblo del que vinieron tus bisabuelos, cuando piense en negroni, grappa, cynar y todas esas cosas que de un segundo para el otro te llevaban a la borrachera, según vos a hablarme, según yo, a acercarnos. Pero ahora no estás. Y cada cosa que me recuerda a vos me queda y me quema, como si fuera un ardor en el estómago que no se va con nada, que quizá no se vaya nunca. Como todo lo que me recuerda a vos. 

Pasé de no salir de tu chat, a ni siquiera saber cómo estás. Iba a pasar eso, yo sabía, pero esperaba que no. Esta vez sí quería ser la excepción, porque con vos hice todas las excepciones juntas. Esas de las que me había privado toda la vida. Te quise, te quise, te quise tanto... estaba dispuesta a jugármela por vos, por lo que estaba sintiendo por vos, fuera lo que fuera, fuera como fuera, pero me quedé afuera. Estoy destruida y trato de que no se me note. Me duele horrores aunque diga que te superé. Te espero aunque cada día que pasa estamos un poco más lejos. Te estoy olvidando, me estás perdiendo y eso es lo peor. Va a llegar el día, va a llegar un día en el que solo seas un recuerdo y cuando eso pase no vas a ser nada más que eso, ni un amor, ni un dolor, ni un sabor, ni un gusto. Te vas a quedar incrustado en un ataúd, en un recoveco de mi memoria y no vas a salir más. Vas a dejar de dolerme, vas a dejar de moverme. Vas a ser inmóvil. Te habrás ido. Con nuestra historia entre los dedos. 

viernes, 4 de septiembre de 2020

Red riding hood (o acerca de cómo empezar a usar la copa menstrual)

La primera vez que "me vino" sabía exactamente qué me estaba pasando y por qué. Lo primero que me dio terror fue la idea de no poder controlarlo ni controlarme. La sangre me iba a brotar y me iba a salir no importara lo que hiciera. Todos los meses, todos los p*tos meses, hasta que quedara embarazada o tuviera la menopausia iba a tener que lidiar con esto y tenía que hacerlo de la manera más discreta y menos visible que pudiera. Sangre. Era sangre sí. La misma que veías en las pelis, la misma que te podría salir de cualquier parte del cuerpo, excepto porque esta duraría no de 4 a 12 minutos, sino (mínimo) 4 días al mes. 
Durante casi 20 años interrumpidos (porque en el medio me mudé, me estresé y a mi cuerpo le pasaron cosas que también alteran el ciclo) traté de que la relación con mi periodo fuera lo más pacífica posible. Nunca me dolió estar menstruando, jamás tuve que guardar cama, no me manché en medio de toda la clase, nunca tuve accidentes y ni siquiera manché el colchón, sí. Pero sabía que nos quedaban más cosas por vivir. Todas las mujeres de mi familia hasta entrados los 50 siguieron menstruando y yo no iba a ser la excepción, pero los métodos "tradicionales" me estaban empezando a hartar y fue allí cuando descubrí la copa menstrual.
Hacía varios meses que quería un cambio, no solo por una cuestión de salud o de ambiente sino también por mi presupuesto. Argentina es uno de los países con la tasa más elevada para productos de higiene femenina y, a diferencia de otros países, como Alemania, donde se las ingeniaron para hacer un libro lleno de tampones (sí, los libros pagan menos impuestos que los tampones allí), aquí las cosas no hacían más que aumentar. En agosto de 2020 (momento en el que estoy escribiendo esta nota), una caja de 16 tampones cuesta 250 pesos aproximadamente, en 1 año son 3250 pesos y en los 40 que menstrúa una persona, suponiendo que empieza a los 12 y termina a los 52 son alrededor de 130 mil pesos, eso sin contar la inflación anual. Una copa menstrual, dependiendo de la marca ronda los 2 mil pesos, tiene una vida útil de entre 5 y 10 años y puede estar adentro del cuerpo hasta 12 horas. Las ventajas eran abrumadoras.
No obstante, todo tiene su tiempo. Ponerme un tampón por primera vez me costó meses. En el ambiente en el que vivía estaba muy demonizado, se decía que solo lo podían usar mujeres que no fueran vírgenes, que podías perder las piernas, que era tóxico tenerlo adentro mucho tiempo, que había gente a la que se le había cortado el hilo y habían tenido que salir corriendo a la guardia y mil cosas más. Sin embargo, en el momento que los probé y los usé por primera vez no los largué más. Eran el método más cómodo, más indoloro, inodoro e insípido y me encantaban. Me encantaba no sentir, al menos por cuatro horas, que nada estaba pasando, que mi cuerpo estaba como siempre. ¡Nada más lejos de la realidad!
La menstruación es un proceso biológico, es parte de nosotras, de nuestra vida y de una conexión cuerpo mente que tenemos que empezar a entender como tal, ¿cómo lo haría si nunca estaba en contacto con mi sangre, con lo que pasaba en mi cuerpo que, efectivamente, todos los meses cambiaba? Fue ahí cuando la copa llegó a mi vida, para demostrarme que esa conexión existe, que menstruar no tiene por qué ser un bajón, una tortura o algo para ocultar a rajatabla. Estoy viva y sangro, tengo que ver mi sangre, no puede ser de otra manera. 
Los primeros días, ni siquiera meses de usar la copa, tuve que ver tutoriales. Creía que algo como eso no podría entrar (o salir) y entré en pánico, pero hay cuentas muy buenas en Instagram que tienen videos muy útiles para "encontrarle" la vuelta. Si el primer mes toda la situación se parecía a una peli de Tarantino, para el segundo estaba todo más que controlado. ¿Lo llamativo de la situación?, todos los meses sangramos el equivalente a 4 cucharadas, ¿por qué con otros métodos parecía tanto cuando en realidad no lo es?, ¿quién sabe? Lo que sí sé, es que estoy feliz de haber descubierto este método y estoy convencida de que no lo cambiaría por nada. 

Esta es solo mi experiencia y quería compartirla, pero si tienen dudas o consultas no duden en acudir a unx ginecólogx o buscar asesoramiento profesional. Ci vediamo!

viernes, 28 de agosto de 2020

Tarde

 "Maldita sea la hora". En mi cabeza vuelvo a ese día una y otra vez. Al momento en el que levanté la vista y te vi, te vi y te reconocí. Tenías los ojos más raros que vi jamás, no sé si verdes, azules o qué, pero te vi y supe que vos eras vos y que ibas a ser alguien especial en mi vida (si es que ya no lo eras). Todo empezó con un "te vi" y con los meses siguió, las palabras se convirtieron en diálogos, las noches en madrugadas y los días en semanas. Pero yo había llegado tarde a tu vida y eso era irremediable. Por más que me vieras, por más que te viera, por más que nos reconocimos enseguida, había llegado tarde. "Maldita sea la hora" volví a decir, nunca ibas a ser mío, jamás iba a ser tuya, éramos dos que se conocían pero que jamás coincidirían, como líneas paralelas que viven juntas, pero jamás se tocan. Nos reconocimos enseguida, pero tarde, tarde para vivir nuestra historia, tarde para escribirla. Es tarde para lágrimas. Viviremos el nuestro de nuestras vidas, pero no juntos.

jueves, 16 de abril de 2020

Llegada

 La mañana del 16 de abril de 1950, el nonno pisaba por primera vez suelo argentino. Después de eso, estaría algunos días en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires.

 Siempre me lo imagino como en las películas o las series tipo Vientos de Agua (véanla si no lo hicieron), llegando con su valija de madera, la famosa valija negra. Lo imagino diciendo, a la hora de deletrear su apellido, "Abbona con b de bueno y b bru(t)to" ante un inexperto empleado de migraciones. 

Veo vídeos del Hotel de Inmigrantes y lo imagino por allí, recorriendo los pasillos, tratando de ver de qué iba esto de estar en Argentina. 

Quizá también escuchaba las conversaciones de la gente, por más que no entendiera una palabra de ningún otro idioma, excepto el italiano. 

De cualquier manera, hoy hace 70 años, cuando puso sus pequeños pies (calzaba 39) en Argentina comenzaba una nueva historia y también, en parte, era el principio de la mía/nuestra

jueves, 6 de febrero de 2020

La Historia

—¿Qué sos?
—Soy, pero lo más importante es que cuento. Me gusta contar historias.
—¿Qué tipo de historias?
—Las que merecen ser contadas. Pasan tantas personas, pasan tantas cosas en un día, en una vida. 
—Entonces asumo que vas a contar la nuestra. Esto jamás me había pasado.
—Quedate tranquilo que a mí tampoco. Es la primera vez, quizá no sea la última, pero seguro que es única. 
—¿Eso quiere decir que sí?, ¿vas a contar nuestra historia?
—Sí, pero cuando te conviertas en una. 
—Te quiero leer, definitivamente, te QUIERO leer, ¿cuándo va a ser eso?, ¿cuándo vas a contar nuestra historia?
—Cuando me dejes de escribir.

domingo, 19 de enero de 2020

La Falta de Todo


Las 5 w. ¿Quién sos?, ¿de dónde sos?, ¿cuántos años tenés?, ¿de qué vivís?, ¿estás soltero o casado? Después de esas cinco preguntas y un par más, Royce no me pareció para nada interesante. Estaba cerrando la aplicación cuando me dijo “Habla conmigo, estoy muy solo, por la guerra”.

“¿Qué guerra?” pregunté
“Estoy en Afganistán” me respondió.
"La guerra es la falta de todo" le contesté. 
"Sí, estoy solo, no como bien y extraño a mi mamá"

Ppocas cosas me tocaban tan de cerca como esa. Mi abuelo materno se tuvo que ir de su pueblo después de la Segunda Guerra Mundial. Italia se había convertido en república algunos años antes. Por una serie de casualidades, ni él, ni su padre, ni sus hermanos tuvieron que ir a pelear en ninguna de las dos Guerras, pero sufrieron las consecuencias. Las más graves fueron el hambre y la soledad. A los 18, a don Angelo lo subieron a un barco en el puerto de Génova y tras un viaje de más de un mes llegó a una Argentina, que, a simple vista, parecía más que abundante. 
Esa misma abundancia es el primer recuerdo de mi infancia. En lo del nonno jamás faltaba la comida. Nunca. Yo revisaba cajones de todas las alacenas de la casa y siempre encontraba dos cosas: monedas, porque las coleccionaba, y comida, porque “hoy hay” y acto seguido, el nonno me llenaba el plato.

“Estoy hace varios años aquí, pero cada tanto me dan permisos especiales para ver a mi familia. Los extraño un montón”
“¿Dónde están?”
“En Nueve York, hace muchísimo que no los vemos. Mis sobrinos están enormes, mi hermana tuvo un hijo hace poco y todavía no lo conozco. Mi sobrina tiene síndrome de down”

Pienso en mi tío, que se fue de Argentina en los ’90 cuando mi hermano y yo éramos chicos y mi hermanito todavía no había nacido. Siento lástima por él. Uno no debería estar separado de su familia sin poder volver por tanto tiempo. Iba a contarle a Royce esa historia, pero me contuve. Si no se la contaba a la gente que conocía ¿por qué lo haría con un desconocido?

“¿Podemos seguir hablando por WhatsApp?, no me conecto demasiado en esta app, pero quiero que sigamos en contacto contigo”. 
"Sí. Quiero que me cuentes más sobre cómo estás viviendo allí" le contesté. A cualquier otro le hubiera pasado mi Facebook o mi Instagram, pero él me dio lástima, ternura, no sé qué. 

Le di mi número y algunos minutos después recibí un mensaje. Cuando lo leí vi que había algo raro, pero no podía notar qué. Unos minutos después, se me “prendió la lamparita”. Lo primero que hice fue googlear el código de área del supuesto número de Royce; era de Missouri, a más de 1500 kilómetros de Nueva York. ¿Por qué alguien tendría un número de un estado que no es el suyo?

“Preciosa, ¿sigues ahí?”
No contesto. Me manda otro mensaje.
“Anda Prinsesa, kuéntanos de ti”. No le iba a responder todavía.

Ahí me doy cuenta de la segunda cosa que iba mal con Royce: se suponía que el inglés era su lengua materna, pero tenía muchos errores de ortografía, gramática y sintaxis. Usaba terceras personas del singular sin la -s al final, le ponía mayúsculas a los sustantivos comunes que estaban en el medio de las oraciones y ponía auxiliares donde no iban. Raro todo.

Volví a googlear. “Afganistán” primero y después su nombre completo “Royce Kevin Fanelli”. Uno de los primeros resultados era de Facebook, una página que se llamaba “you are being scammed” (algo así como “estás siendo estafado”), había una lista con toda una serie de nombres entre los que se encontraba el de Royce. Todo era una estafa. Alrededor del mundo varias mujeres habían “caído”, le habían mandado dinero, habían revelado información sensible de sus vidas y una vez que descubrían el engaño, eran amenazadas con que todo el contenido de sus conversaciones y sus fotos sería divulgado en la web. Nada mal. Todo horrible.

“La guerra es ‘la falta de todo’”, fue una de las cosas que le había escrito a este hombre, cuando me conmovía, cuando me apenaba por él, cuando sentía lo horrible que debía ser estar en su lugar. Volví a pensar en mi abuelo hambriento, en la bomba que estalló en su pueblo, en toda la gente que está sola en serio en algún frente y en las personas que son lo suficientemente vulnerables para creerle a un tipo como Royce. La guerra es la falta de todo, sí. Inclusive de la empatía.¿Qué clase de persona tiene el tupé de jugar con eso? ¿quién puede apelar a una guerra para estafarte? Los hay, existen y están ahí rodeándonos.