Hace 41 años te mataban no sólo por lo que creías, no sólo por lo que pensabas, sino también por lo que creían que podías llegar a hacer con todo eso que pensabas. La dictadura, las muertes, las torturas independientemente de las banderas políticas fueron padecidas por todo el pueblo argentino.
Un pueblo sin memoria se condena a sí mismo a repetir una y otra vez los errores u horrores del pasado. Nuestra memoria, como argentinos, como militantes y como ciudadanos no es ni debería ser un habitáculo vacío que se prende porque sí en días específicos y luego se vuelve a dejar en stand by. No. Nuestra memoria está cargada de emociones, no es peso muerto, no es algo inerte. Nuestra memoria late, es nuestro valor agregado. Nuestra madurez social y política es la que hoy apaña a la democracia como sistema de gobierno y es esa democracia la que todos los días tenemos que salir a defender e incorporar en todos nuestros actos.
No nací sabiendo nada. Como a muchos otros, que nacieron (nacimos) en democracia, me lo incorporaron. Primero fueron mis viejos, después la escuela, los libros, los medios, quienes esa mañana de hace 40 años se despertaron y estaban en dictadura, quienes no vivieron para contarla, pero viven de otras formas...
Yo no lo viví, pero puedo y elijo transmitirlo y sé que no soy la única. Entre todos estamos creando las bases para que las generaciones futuras no tengan, al igual que nosotros, ni un atisbo de duda a la hora de levantar las banderas de quienes ayer lucharon para que hoy podamos ser libres en convicción y pensamiento.
Ni tenemos que olvidarnos de dónde venimos y tampoco tenemos que perder de vista hacia dónde vamos ni por qué luchas bregamos. Queda mucho camino para tener el país que soñamos y si inclusive en democracia nos sigue faltando gente, como sociedad, no podemos estar completos. Que el NUNCA MÁS nos dure para SIEMPRE.
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