Una mañana, al hombre del kiosco de diarios, que siempre se las
ingeniaba para traerme La Capital o Los Andes, le pregunté cuál era el diario
que menos le compraban. El “Buenos Aires Herald” me respondió,” lo compra uno
que otro así blanquito como vos, pero nadie más, en cualquier momento muere”.
Desde ese día, siempre que podía, porque ya compraba un diario local,
uno provincial y uno nacional, también separaba un poco de plata para comprar
el Herald. Me daba no sé qué que un diario fuera a cerrar porque nadie lo
compraba y pensaba en los escritores/periodistas que lo hacían, ¿se sentirían
como nos sentimos todos cuando no nos leen?

En medio de todo eso, creo que lo único que me salvó fue que nunca dejé
de leer (ni de escribir, pero eso ya es para otra historia). Desde antes de
cursar Gráfica 1, mis mañanas empezaban con los diarios sobre la mesa y por más
aislada del mundo que estuviera, ese pequeño ritual siempre se mantuvo intacto.
Tener un diario nuevo para ver era espectacular y como fanática de los idiomas
que todavía soy, me devolvió los colores. Cada palabra y cada expresión que
descubría me entusiasmaban más y más.
En una época en la que no estaban tan masificadas las aplicaciones,
tener un buen diccionario costaba un ojo de la cara y vivía a comedor
universitario, agua y bizcochitos Don Satur, tener un diario con el que
encontrara el equilibrio justo entre aprender más de un idioma (por ese entonces ya
hablaba tres) e informarme, casi-casi que se acercó a la gloria.
Me volví a mudar, a tomar una ducha caliente y a pasar horas en
internet, pero siempre pasaba a buscar el Herald y le fui leal por años,
inclusive cuando se volvió un semanario que salía cada viernes y paulatinamente se fue apagando.
Hoy, pasados sus 140 años, no va más. Siento que algo se me rompió, o peor aún, que se fue una
parte de mi vida.
"You have been the
one, you have been the one for me..."
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