Siempre que pienso en Barcelona, lo primero que se me viene
a la cabeza es el Nano. Quizá porque desde que tenía menos de un año me acuesto
a dormir con sus canciones de fondo, o porque creo que nadie más pudo describir
de una forma tan perfecta lo que es el amor al mar, a ese que considerás tuyo.
Cada vez que le escucho hablar del Mediterráneo se me pianta un lagrimón y no
puedo evitar recordar a mi natural Atlántico que en Mar del Plata se torna
entre marrón y celeste, según su estado de ánimo.
El Nano me da ese no sé qué que solo se siente con las
pequeñas cosas, esas mismas, aquellas delas que habla su canción, las que hacen
que lloremos cuando nadie nos ve.
En estos días me dolió Barcelona y también el Nano, como si
fuera una parte de mí, como si fuera una parte de todas mis historias. En la
misma semana, me enteré de que ese dialecto que le sentían hablar a mis
bisabuelos, hace más de cincuenta años, era catalán. El mismo que se habla en
Barcelona, ese en el que canta un tal Joan Manuel, que resulta también ser Juan
Manuel como mi hermano.
Quizá algún día llegue a ser tan grande, tan joven y tan
vieja como Serrat, él ya no va a estar y el mundo como lo conocemos, tal vez
tampoco. Quizá no viva en este país ni en este planeta, tal vez escuchemos
música de una forma que ahora es inimaginable y ni siquiera necesitemos dormir
para empezar un nuevo día. Pero si en medio de toda esta vorágine puedo crearme
una certeza, sé que esa es que siempre voy a tener a mi Mediterráneo y un Joan
Manuel del que oír paraules d’amor.
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