viernes, 26 de octubre de 2018

Toda la galaxia

A sol y a sombra estuviste ahí desde el minuto cero. Lo que se hereda no se roba y por tus venas corre la misma sangre morada que también me corre a mí. Hay circunstancias que nunca vamos a entender, otras tantas que nos podemos explicar y mil y una en las que sabemos que lo dejaste todo ahí, por la Franja, esa que te dio tantas alegrías como tristezas. Esa que hagas lo que hagas siempre vas a llevar en la piel, en lo que sos vos, en la vida.
Me gusta verte llegar, cebar un mate, planificar el futuro con la misma tranquilidad que la lista del supermercado pero con la misma euforia con la que organizarías el mejor viaje de tu vida. 
Me gusta verte reír y que haya chistes que solo nosotras entendamos y que los demás se nos queden mirando sin terminar de entender qué pasó o qué no.
Quiero tenerte para siempre, no como compañera de militancia, sino como amiga, caminando a mi lado, luchando por las mismas cosas y peleando por los mismos sueños, esos que no se cuantifican con un voto ni caben en las urnas. Esos por los que todos los días nos levantamos queriendo que el mundo, la facu y nuestra casa sean lugares un poquito más lindos.
Que nadie venga a decirte que el cielo es el límite, porque aun así, hay huellas en la luna. Vos sos infinita, que nadie, que absolutamente nadie te convenza de lo contrario. Yo, mientras tanto, te voy a estar acompañando.

Sos mansa guachi. Te quiero mil. 

(A Camila Daffunchio, infinita y simultáneamente fuera de serie)

Te vi

Te vi. Si de algo estoy segura es de que yo sí te vi…
Escribo estas líneas después de haber pasado tres días y tres noches enteras con vos, no siendo mi única compañía, pero sí la más importante.
Recién me largué a llorar a mares, no porque esté triste, porque me algo me duela, o por cualquiera de las razones convencionales por las que una lloraría.
Si estoy llorando es porque no doy, todavía, crédito de todo lo que pasamos.
Te vi ponerte al hombro esta campaña como a nadie, aprender a cocer de la nada, cargar con un mundo de cosas en el auto, en el alma y en la vida y no flaquear, o al menos no demostrarlo. Te vi dejar cosas que amabas, que creíste que jamás ibas a dejar de lado o que te parecían importantes, por (al menos) tratar de estar en todas, por acompañarnos a todos y cada uno y por ser para todos, ese compañero y amigo incondicional que nunca nos soltó la mano y siempre nos incentivó a ser mejores como compañeros de militancia sí, pero también como personas.
Yo te vi. Yo te vi poner música cuando no querías hablar, te vi cantar a los gritos las canciones de la Franja, te vi llorar, te vi disimularlo, te vi reír a carcajadas, saltar de la emoción, abrazarnos a todos y cada uno y cuidarnos como si fuéramos familia.
Yo te vi, Kevin. Te vi temblar el minuto antes de lanzarte a hablar en la asamblea sobre lo mucho que querés a la Franja. Te vi bancando los trapos en la campaña de Consejo, por más roto que estuvieras. Te vi en el Consejo Directivo, llevándole la contra al decano. Te vi defendiendo la educación pública. Te vi como a nadie, te vi como nadie. 
Te vi volverte estrella y también estrellarte y juro que no sé si te quise y te admiré más cuando te “convertiste en héroe” o cuando, por fin, te reconociste humano.
Justamente por todo, por absolutamente todo eso, cada día te quiero y te admiro más. 
No hay, no hubo y quizá no habrá tranquilidad más grande que saberte en esos lugares y en esos momentos en los que yo me cuestionaba un millón de cosas, pero no dejabas de estar y, es más, te quedabas más que nunca. Te aferrabas a lo que más querías sin dar el brazo a torcer y luchaste con uñas y dientes, adelante y sin cesar. 
Pasamos una batalla, sé que vamos a pasar mil más… juntos.
 Te quiero tanto que ya no se puede cuantificar. Quizá las palabras para poder expresarlo, todavía no se inventaron.
Ti voglio tanto bene caro mio, forever. 

(A Kevin Sotelo, mi mejor amigo)