Me olvidé de cómo te gustaba el café. Y de si preferías lo dulce o lo salado. Me olvidé de cuántas cucharadas de azúcar le ponías al té. Y del punto de cocción en el que te gustaba el asado.
Me olvidé de cuál de todos tus lunares era el que más me gustaba. Y también de cómo sonaba tu despertador. Me olvidé de la marca de cigarrillos que fumabas. Y del modo en que te tapabas los ojos en las mañanas, ante el más mínimo resplandor.
Me olvidé de tu risa y de esas lágrimas que delante de mí jamás te esforzaste en ocultar. Y de tus bromas y el modo en que siempre lograbas que las creyera. Me olvidé de tu pelo con olor a Sedal y de por qué alguna vez te comparé con el mar.
Me olvidé de tantas, pero tantas cosas, que a veces creo que ni siquiera fuiste de verdad. Me olvidé de eso que me hacía querer verte, de eso que creía que a tu lado no era soledad. Y de que no hubo nadie que no me dijera que lo mejor era perderte.
Te olvidé, sí. Y de tanto olvidarte, también me olvidé.
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