Aleatoriedad vs. Alea jacta est
—Elegilos vos, a ver si me traés suerte— le dije a una nena que vendía números para un sorteo— Esperá, si tenés el 33 y el 34 dámelos.
Los tenía. Me los dio.
—Ojalá que ganes—deseó y se fue.
—Jamás me gano nada, nunca. Bah, mentira, una vez me gané una agarradera de cocina de quesos Santa Rosa, creo que esa fue la única vez. —le dije a mi acompañante
—Desafortunada en el juego…—deslizó.
-Ojalá. Igual no me puedo quejar. Nunca vas a amar igual dos veces, está bueno, qué sé yo.
—¿33 y 34?
—Sí, mis tías abuelas siempre le juegan a los cumpleaños. El año que dejábamos, el que cumplíamos y el año de nacimiento. Una vez, una de mis primas les dijo que tenía menos años de los que realmente tenía, apostaron al número equivocado y salió el correcto. Todavía me acuerdo de mi tía a los gritos diciéndole a mi prima “pero si sos del 45, tenés 70 años, cómo me vas a decir que sos del 46?“ Ahora es gracioso. — relaté.
Llegado el momento del sorteo, iban anunciando de a poco, cada uno de los ganadores. Quedaban los últimos dos, un llavero de Mario Bros. y una caja de vinos. Una nena vestida de árabe pegó un salto cuando vio el número de su papá. Habían ganado el llavero.
—Andoma— le dije a mi acompañante, ya un poco chinchuda.
—34— dijo el locutor— ¿Quién tiene el número 34?
—Yo quería ese premio— dijo el padre de la nena vestida de árabe.
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