viernes, 21 de agosto de 2015

#Video Daniel Rabinovich.

Hay días en los que quisiera no leer los diarios, no escuchar las radios y aislarme de todas las redes (anti)sociales que frecuento diaramente sin posibilidad alguna de escapatoria. Hoy es uno de esos días.
La noticia me tomó por sorpresa, en ese lapsus de tiempo en el que todavía no dejé la cama pero ya empecé a hacer mi vida, a escribir tal cosa, a hablar con tal otra persona o a diagramar las actividades que de a poco voy a ir llevando a cabo. Me detuve en seco y me quedé dura. La muerte está tan segura de vencerte que te da toda una vida de revancha y sí, a Daniel le ganó, como a tantos otros.
Pero recordarlo, volver a escucharlo, para mí no significó tristeza, sino que me hizo recordar una de las mejores épocas de mi vida, esa infancia que siempre voy a guardar entera.
Daniel es parte de esas noches en las que con nueve, diez, once años me sentaba en el piso de casa, ese piso de cerámico rosa, que me helaba los muslos y me hacía acomodarme varias veces hasta encontrar posición y me ponía a ver los cassettes que mi papá tenía debajo de la mesada.
En un estuche rojo con letras blancas y negras había un especial de Les Luthiers, eran cuatro cassettes enumerados a los que siempre me gustaba cambiar de orden para que el próximo que los escuchara le encontrara un orden distinto al concierto. También me gustaba hipotetizar sobre si, cambiando ese orden, la actuación de los cómicos perdería sentido o no. No recuerdo a qué conclusión llegué.
Por muchos años, Les Luthiers era parte de mis sobremesas y cuando fui creciendo y ya me fui de mi casa, volver y ver a alguno de mis hermanos o a mamá mirando los conciertos era como volver a esas épocas en las que me comían los mosquitos pero estaba pegada al grabador o rebobinando o adelantando las cintas con una bic. Hace algunos años tuve el placer de verlos en vivo. No tenía para llegar a fin de mes, pero fui a verlos a ellos, a recordarme sentada en el suelo, a reírme a carcajadas hasta entrada la medianoche. No fue un gasto, fue una inversión.
Daniel, fue un gusto. Hasta siempre y gracias.

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