17:50, son sólo diez minutos los que dividen mi vida, la entrada y la salida, la libertada y la esclavitud, lo que hago y lo que realmente quiero hacer.
Diez minutos, 600 segundos que pasan más lento que las 5 horas 50 minutos anteriores en las que hice de todo, pero simultáneamente, siento que no hice nada.
Veo el teléfono, juego dos partidos de Tetris, gano, porque, ¿cuándo no?... y el tiempo sigue sin pasar.
Llega gente, llega la gente, "dame tal cosa", "cargame crédito", "¿SUBE tenés?", sí, sí, sí... lo que no tengo es cambio. Es fin de mes, pero a todo el mundo se le está dando por pagar con billetes de cien, me dejan en la lona o haciendo malabares para cerrar la caja. ¿De todo esto se trata la vida de los adultos?
Caigo en la cuenta, no es que a la gente se le haya dado por pagar con billetes de cien, es que está todo tan caro que ya los Roca/Ev*ta son el papel más común y corriente.
No pasaron ni cinco minutos. ¿Por qué internet anda tan mal acá adentro?, no sé nada del mundo y lo que es peor, no sé nada de mi mundo. ¿No era que nada aceleraba tanto el tiempo como la felicidad?, bueno, es obvio que me pone feliz terminar el día, saber que mañana tengo franco y que en un rato tengo una conferencia deputamadre, ¿por qué el tiempo no pasa más rápido?
Vuelvo a jugar al Tetris y vuelvo a ganar, es irremediable, los vicios y los hábitos se desarrollan en la misma parte del cerebro y ya no sé si jugar esto, porque lo hago desde que tengo memoria, en los viejos gamebox, es un vicio o si simplemente estoy tan acostumbrada que ya lo convertí en hábito.
¡Qué miedo que me da la palabra acostumbramiento!, la relaciono inmediatamente con comodidad, zona de confort, laxitud e irremediablemente con inmovilidad, pereza. Acá el único perezoso parece ser el tiempo, la vida tiene que ser movimiento constante. Si no me muevo me muero y mientras no me muera me voy a seguir moviendo.
17;58, vamos a hacer la caja. 2,4,6,8, 10, 12, 14...
-Nena, ¿todo bien?
-Sí, acá lidiando con los números en el límite entre la libertad.
-Cierto que son las seis... y ahora que veo, este lugar parece una jaula, pero vos nunca fuiste un pajarito.
Me río.
-Hay gente que por más que esté entre rejas siempre es libre. Esta barrera es física y sólo por seis horas, el resto de mí, nunca dejará la calle.
Son las seis. Tiro las llaves a través de la puerta y alguien más las junta y me abre. Junto mis cosas, salgo y enjaulo al que sigue. Todos tenemos un poco el Síndrome de Estocolmo y después seguimos caminando.
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