domingo, 6 de noviembre de 2016

Poder decir... adiós.

 Fue rápido y sin anestesia. Como cuando te sacás una curita de repente, sin ni siquiera mirar el lugar del cuerpo en el que la tenías puesta. Así fue que me dejó irme. Sin ni siquiera mirarme, sin darme la posibilidad de reaccionar o poder decir adiós también. No, nada, ninguno, nunca. Fue.

Y yo no lo amaba. No sentía que explotaba cuando lo veía. No se me aceleraba el corazón como si no hubiera mañana, ni era mi único pensamiento en el día o en la noche. No recordaba nuestras conversaciones como únicas, él no me parecía lindo y algunas veces, sobre todo cuando escribía de una forma abismalmente diferente a la mía, me parecía demasiado básico. Pero hablando de política me daba vuelta como una media, era de esos que de la cuna al cajón se casan con las ideas que trascienden y superan a los hombres que las elaboran, que tenía los ideales que le dio nuestro partido como una forma de vida y que podía llegar a matar y a morir por ellos. Daba gusto ver a alguien que en una época de descreimiento político tan fuerte, defendía a muerte nuestras banderas. Y sin embargo, nadie puede ser especial del todo ni perfecto al cien por ciento. Yo no lo era ni lo soy, él menos. 
Me cayó bien de entrada, cosa que me pasa con el 1% de las personas y siempre que le tuve que hablar, de cualquier tema, me sentía segura, cómoda. Él no la iba de careta, y la experiencia era su fundamento no algo de lo que se pavoneara. Eso me encantaba, pero con eso sólo, se comprobó que no alcanzaba. Si en cosas chiquitas uno reacciona desproporcionadamente mal, se precipita, no da la posibilidad de una réplica, una explicación o mínimo una conversación, es que no está preparado para grandes cosas, que no las afrontará, porque quizá no quiera o quizá no pueda. La que al fin y al cabo le terminó quedando grande fui yo, que no lo amaba, como ya dije, que no sentía que fuera el amor de mi vida, mi novio, mi amante ni nada que lleve "ama" como letras iniciales... y sin embargo, cuando me dejó ir, algo, además del mundo, se siguió moviendo. Para un "para siempre" que se convirtió en diez segundos en "hasta nunca", es esta mi despedida. Poder y saber decir adiós es crecer.

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