miércoles, 15 de febrero de 2017

Letra y música 1

Sí. Los veintitantos que tengo me los pasé leyendo. Mi abuelo materno se sabía la Divina Comedia de memora, el otro era licenciado en Letras y mis padres, abogados, devotos de Cortázar, Bécquer y Shakespeare.  ¿De qué otra forma podría haber salido?

Caperucita Roja, la Cenicienta y Blancanieves eran parte de mis lecturas predilectas, pero no por mucho, ¿quién no quería ser princesa a los cinco años?, ¿quién no quería, a los diez años, encontrar un príncipe para casarse y no tener que salir a trabajar?

Las princesas eran perfectas, pero no eran reales, al menos no tanto como las mujeres que se instalaban horas en el estudio de mi mamá. La Bella Durmiente no tenía un marido que le pegaba, ni un padre ausente. Tampoco hay novios obsesivos en los cuentos de hadas y nadie lidia con cáncer antes de los 30, ni se saca los ojos por un pedacito de tierra. Ni las princesas ni las mártires eran mis ejemplos, pero las leía, las veía y las escuchaba. Quizá, sacando un poco de cada una y aprendiendo de la otra podría inventarme una mujer que sí fuera un ejemplo o podría armar una lista de las cualidades que yo sí podría tener cuando me convirtiera en mujer.

Leí a los hermanos Grimm con la misma pasión que todos los fines de semana buscaba una nueva palabra en el diccionario, a fin de poder ganarle a mi papá (obsesivo cultor del griego, el latín y el castellano) en el tan temido tutti-frutti. Prácticamente sentía que tocaba el cielo con las manos cada vez que gritaba "Tutti-frutti, nadie más escribe" y sabía que todo era mi mérito propio por haber leído y nunca haber dejado de escribir. Me sentía imbatible.

La vida me fue llevando por distintos y variados caminos. Al ir creciendo, al menos en edad (porque sigo midiendo lo mismo que a los 13 años), mis responsabilidades fueron mayores y los tiempos para leer se acortaron. Sin embargo, nada puede con la imaginación, más cuando sobrevienen momentos de crisis, o cuando justamente, la realidad supera a la ficción. Por eso, el tiempo que no pasaba leyendo lo empecé a utilizar escribiendo. De ahora en más yo iba a ser la dueña de mis ficciones y la creadora de mis propias realidades.

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