Rompí tus cartas, borré tus conversaciones y cerré mis
cuentas. Cogí mis sábanas e hiberné en ellas todo el día.
Cuando era chica decía que quería ser médica para inventar
la vacuna contra el mal de amores, esa que ahora me ayudaría a verte, oírte y pasar
ratos con vos como si nada, pero sabiendo que habíamos vivido un “como si todo”;
porque no importa qué tan corto pudo haber sido nuestro camino, sino la marca
que ya nos dejamos.
Y ahí estaba yo, lidiando con mi alma de a ratos, de a
cuajos, de a pedacitos cada vez más delicados. Los dos amamos ganar, tanto que
hasta nos duele empatar.
“Yo no quiero cagarla”,
me dijiste.
“Y yo tampoco te quiero a medias”, te respondí.
Por más que quisiéramos ganar (nos), teníamos mucho para
perder.
Pensé en Agatha Christie y el modo brutal que tuvo de hacer
de su historia una ficción. También pensé en la treinta y única película que me
hizo llorar: el Eterno Resplandor de Una Mente Sin Recuerdos. Suspiré.
En la única red social de la que no había podido borrar tu
rastro encontré un mensaje tuyo. Uno que probablemente me mandaste con varias
copas de más y del que quizá-no sé- ante mi letal respuesta, te arrepentiste.
Se supone que cuando alguien está en un break como Rachel y
Ross, los implicados no se escriben, no se ríen, no se miran y mucho menos
confiesan que se extrañan. Sin embargo, vos y yo… lo creo imposible.
Fue en ese momento cuando lo entendí todo. No puedo borrarte
de mi vida, ni puedo borrarme de la tuya. Yo no puedo dejar de lidiar con tu
presencia y vos no me podés sacar de tu cabeza.
Llegué a la conclusión de que tenemos que aprender, pese a
nosotros mismos, a vivir juntos pero no revueltos, como en un cuento infinito. Ninguno
de los dos pierde, pero ninguno de los dos se va a dejar ganar.
Estamos sin ser y no somos nada, pero te sigo mirando, te
sigo mirando y mirando y seguís siendo todo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario