sábado, 2 de abril de 2016

Llamalo mágico

Valió la pena. Absolutamente todo valió la pena. Lo volvería a hacer una y mil veces. 

Cuando uno hace cuentas regresivas no sólo le va restando horas al día, sino que también vive esas horas con una intensidad diferente a la de otras veces. Ayer fue uno de esos días en los que cada hora se vive como un día distinto y cada momento te queda grabado a fuego, casi casi como si fuera un tatuaje. 
El 4 de febrero cuando después de dimes y diretes, idas y venidas por fin tuve mi entrada. Sí. Iba a ir a ver a Coldplay por primera vez y en mi ciudad, La Plata. Ayer, 1 de abril de 2016, esa espera que había empezado hacía cincuentipico de días, dejó de ser espera y comenzó a hacerse realidad. 

Mis amigas y yo llegamos a hacer la cola a la avenida 32 después del mediodía y a partir de las dos de la tarde empezó a lloviznar. Nadie pensó que la lluvia duraría tanto, al menos no tanto como para que los vendedores ambulantes se avivaran y empezaran a vender al módico precio de $30 bolsas de consorcio de todos colores, a modo de impermeables. Sí, las usamos y sí, nos cubrieron de la lluvia no solo afuera, sino también adentro del estadio. Para las seis de la tarde, esa misma bolsita que te cobraban a $30 ya rondaba los cincuenta y llegué a escuchar precios aún mayores. La lluvia parecía no dar tregua y alguien, un pájaro de muy mal agüero se aventuró a decir "¿y qué pasa si con toda esta agua se mojan los equipos y se suspende el recital?" Estando a dos filas del escenario, por más que nos siguiéramos mojando, no nos íbamos a mover, si habíamos hecho todo para estar ahí, ¿por qué no podíamos hacer todo y un poquito más?. Ahí nos quedaríamos por más que nevara, temblara o se desatara el diluvio universal. 



Después de dos teloneras, la última, Lianne La Havas que la rompió con una versión de "I say a little prayer" de Aretha Franklin, y varios minutos de incertidumbre que pasaron entre máquinas que conectaban y desconectaban y secadores de piso, se apagaron las luces. Salvo porque el corazón me latía tan pero tan fuerte que me aturdía, no escuchaba-no era capaz de escuchar- nada más a mi alrededor. El estadio había enmudecido, pero nuestros corazones no podían parar de gritar. El cielo no estaba lleno de estrellas ni nada parecido, pero para nosotros, ese segundo significaba el paraíso.
Cuando el escenario se encendió, las luces que teníamos en las muñecas también. Ahí estaba la banda, la espera terminó. Yo estaba ahí y ellos, tan fantásticos, tan grandes, tan intangibles, también estaban ahí, bajo la misma lluvia incansable, bajo la misma euforia. Tardé un tema más en caer. Eran ellos, estaban tocando Yellow y no importaba más nada. Tocaron Shriver y no pude contener las lágrimas. 
Del show mismo no tengo palabras, todas las que pueda llegar a decir, me quedan chicas para tantas emociones juntas. Escuchar en vivo esas canciones con las que pasó parte de mi vida, sigue siendo una locura y de las más lindas.
Vimos a Coldplay envueltas en plástico, ¿y qué importa?, no éramos las únicas. Por toda la ciudad había cuadras y cuadras de xylobands que se negaban a apagarse. Todos queríamos que este momento, que la sensación y las mil y una cosa que sentimos dentro del estadio siguieran encendidas todo el tiempo que fuera posible. 
Las bolsas nos siguieron sirviendo para no morir de frío mientras mis amigas y yo pateábamos por avenida 19, esperando que un remis nos quisiera llevar de a cinco. Mi entrada quedó hecha un bollito verdeazulado en el fondo de una cartera que no paraba de chorrear, aún hoy, me sigo sacando papel picado del pelo y no puedo ni poner Fix You sin que el cuerpo me dé un vuelco o se me ponga la piel de gallina.  

El frío, el hambre, el sueño, la sed, el dolor en ya no sabía dónde, los dedos arrugados de estar pasadas por agua, los tirones de pelo, los empujones y todos los etcétera pasaron a segundo plano. Estaba cantando, agitando, pogueando, bailando, saltando y varios -ando más con mis amigas, con 50 mil personas más y con Coldplay. El mismo amor, la misma lluvia. Por dos horas no hubo otra cosa. Fuimos felices. Nada más y nada menos que eso. El gracias también me queda chico. Todo valió la pena, absolutamente todo. No lo pienso ni media vez más, lo volvería a hacer. 

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