domingo, 30 de octubre de 2016

Despierta

"La chota. No va a haber poder humano que me levante a las seis de la mañana, menos si me estoy acostando a las cuatro", me dije a mí misma en cuanto vi cómo estaban configuradas las alarmas para el día siguiente. Solía levantarme temprano los domingos cuando trabajaba como esclava, hoy no era el caso. Sin embargo, a las ocho ya estaba arriba, me moría de calor, literalmente sentía que perdía agua a borbotones... y en medio de ese estado de semiconsciencia se me apareció él (no NK), sino lo que Cortázar definía como "el él de ella", aunque este pendejo ni siquiera era mío. No podés querer a nadie por porciones, tampoco podés exigir lo que no podés o no sabés dar, ni forzar un escarpín para que entre en un pie de adulto. Lo que más me preocupaba era el tema de la voz, grité a canto pelado, o canté a grito pelado, depende de cómo suene mejor y el lunes tengo que estar frente a una clase diciendo qué es un líder... Se me viene a la cabeza lo de "nananananananana, líder, líder" con la musiquita de Batman. Ni siquiera puedo cantar, me siento paupérrima. Y de la nada suena Arjona en la radio. Dale Vicky, cartón lleno por hoy. Y eso que el día recién empieza. 
No, no tengo resaca, al menos no de la física. Ni siquiera me duelen los pies. No fue de esas noches para salir con los tacos en la mano, ni siquiera había llevado tacos, la vida en zapatillas siempre fue más fácil. Como esa vez que me disfracé de hombre para una fiesta, pude bailar toda la noche sin problemas. Anoche fue lo mismo con los pogos y me encanta saltar hasta donde me den las piernas. Si hay años, que no se noten, o que se noten en las cosas buenas, no en los potenciales achaques que por el hecho de ya no tener 20 se te puedan manifestar.

No por mucho madrugar se amanece más temprano. 

jueves, 27 de octubre de 2016

Hoy mi corazón se vuelve delator


Cuando tenía 17 años, un mal diagnóstico médico amenazó con desbancar todos esos planes de independencia que venían con el fin del secundario. Todavía leo las letras verdes que decían "no apto para estudio". Sí, según ese papelito que decía que tenía un corazón gigante (vaya ironía), yo que me moría por entrar a la Universidad, no iba a poder hacerlo. Batería de estudios después, me dijeron "tu corazón está bien, vas a poder hacer lo que se te cante". Y lo hice. Corrí bajo la lluvia durante los veranos, nadé durante horas en la playa, escalé montañas hasta ponerme violeta, amé y me correspondieron, me ruboricé al ver a alguien que me gustaba, amé y me hicieron mierda, lloré como condenada, me reí todo lo que pude, salté en todos los pogos, grité de la emoción miles de veces, estudio/é una, dos, tres carreras y canté hasta quedarme sin voz, entre otras cosas. Usé mi corazón a más no poder (aunque sé que todavía puedo más) y no lo gasté, lo invertí. 
Hace una semana, un aparatejo de esos que miden la presión, tras una larga jornada, marcó un imperfecto 16, que estaba abismalmente lejos de mi normal 11. En el barrio había pasado toda la tarde explicándole a una nena cómo funcionaba el corazón y había vuelto a casa cantando "Under Pressure" de Queen. Estaba estresadísima, hasta las manos, en el horno y otras cosas más y cada ratito libre que tenía lo usaba para dormir. Por algún lado iba a reventar. Cama va, cama viene, pastillita va, pastillita viene, pensé en Galeano cuando decía "y nada tenía de malo y nada tenía de raro que se me hubiera roto el corazón de tanto usarlo", también en cuando yo decía que quería ser médica para inventar la vacuna contra el mal de amores, me acordé del cuento de Edgar Allan Poe,  del personaje de Jack Nicholson en Alguien Tiene que Ceder, que se presumía infartado cuando en realidad se estaba enamorando, de Bonnie Tyler, de Maná, de Alejandro Sanz, de Gilda, de Mel Gibson. De todos los corazones habidos y por haber, pensando que algo podía malir sal con el mío y amenazar la seguidilla de futuros locos que siempre me imagino que tendré. "Tu corazón está bien Victoria, es grande, pero es bueno" me dijo matasanos mientras se acomodaba los lentes y miraba con atención un electro y una eco.

 Estamos listos para más aventuras. Puedo contar hasta el infinito otra vez. 

martes, 11 de octubre de 2016

Me llamo, me llaman

Me llamo Victoria, es mi segundo nombre. Como la reina de nosédónde que nació en 1819 y mi tía abuela que era la reina de San Agustín y nació en 1919. Yo nací también en un año terminado en 9.
Hablo cinco idiomas, entiendo otros dos. Usualmente leo en tres. Puedo armar y desarmar el cubo de Rubik. Escribo con las dos manos. Cuando manejo la luz pulsada en el consultorio de mi jefa, me siento como si estuviera en alguna película pochoclera de ciencia ficción. Alguna vez tuve que cargar cajones de cerveza, dormir del lado horizontal de la cama, treparme por un balcón o esconderme en un armario.
Tuve un abuelo carpintero que me legó juguetes de madera, una colección de monedas y muchos libros. Su primera esposa me dio la tía que me enseñó a tejer, a hacer merengue y rezar. La segunda, una modista, me dio a súper-madre, el tío que siempre hacía lo imposible para darme todos los gustos y las tías abuelas por las que doy el mundo.
Súper-madre es abogada, eminentemente práctica, con ese carácter marítimo que se lleva todo puesto y que nunca se deja ver en calma. Se decía apolítica, hasta que no tuvo más remedio que confesarse radical.
Tuve otro abuelo que se graduó de la Universidad con honores, que hablaba griego y latín, que se estudia en una Licenciatura en Francés y alguna vez fue a lo de Mirtha Legrand con su escuela de teatro. Me dejó libros, para variar. Desde Shakespeare hasta Goethe. No hablaba inglés y tuvo que ir a particular, la "maestra", por cosas de la vida, era mi abuela. La que me enseñó a hacer tortas fritas y me daba vino rebajado a escondidas. Me dieron un padre más profesor que abogado, más actor que profesor y más teórico que práctico. Tan contradictorio que decía ser peronista de izquierda. Tengo otros cuatro tíos que no saben quién soy.
Viví en tres ciudades, una me tocó coyunturalmente, la otra me la metieron de prepo y la otra la elegí. Mar del Plata es mi lugar en el mundo. Uno es de donde dejó enterrado el ombligo, nací ahí, soy de ahí. Meto los pies en la arena, en el agua, entre la espuma y siento que no me falta más nada, que puedo con todo, que tengo el mundo. Me crié en Mendoza, pero no soy mendocina, estaba pero no era, quizá la cordillera siempre nos separe. Esa misma distancia es la que nos separa en carácter y en afecto. En La Plata me hice, me configuré, fui yo conmigo, toda entera. Me sigo siendo acá.
Hice el intento de estudiar medicina, sólo para encontrar la vacuna contra el mal de amores. En el medio me enamoré, quedé rota y me fui, de la carrera, de la facultad y de la provincia. Gracias a esa carrera sé que en otra vida hubiera sido una química brillante. Biología no me gustaba y la Física es una cuestión de fe. Quise estudiar Letras y también Inglés, Ingeniería Genética y Psicología Forense, pero terminé haciendo Comunicación Social, una licenciatura, después un profesorado. Ahora voy a los ponchazos con Administración, que también me gusta, porque la política-que me encanta- y la gestión, van de la mano siempre.
Me pregunto, ¿qué se le pasaría por la cabeza a un potencial empleador, novio, amigo, conocido, usuario de blog o pariente si leyera todo esto?, ¿me jugaría a favor o en contra?, ¿o simplemente diría lo usual "estás re loca, Victoria"?