1. BAJA PRESIÓN: algún día me voy a tatuar el 8/5, solo para recordarme que siempre se puede bajar un poco más.
2. LOS CINCO MINUTOS: sea la hora que sea, duermas solo o con quien sea, los "cinco minutos más" después de posponer la alarma, nunca son cinco minutos.
3. BACON Y MEDIALUNAS: es legal desayunar cuantas veces sea necesario, para ligar de arriba y por algunos minutos una ráfaga limpia de aire acondicionado.
4. ZOMBIES: no importa que esté muerto hace más de veinte años, sigo hablando de él en presente, como si me lo fuera a encontrar mañana. No importa que esté vivo y dando vida, cuando lo nombro, siempre es en pasado, casi como si no hubiera existido.
5. PARADERO: ¿adónde creés que te vas a esconder, si de un fantasma no se puede escapar?
6. GENTILEZA: "si estás embarazada o con pibes podés pasar directamente... igual pasá, hay tipos que vienen con bebés para pasar primero y me hacen dar bronca, hoy el calor es inhumano para todos"
7. DOBLE RACIÓN: "No hay fruta, agarrate otro pan". Como si fuera lo mismo, como si diera lo mismo.
8. FANTASMAS: cuando estás por dejar algo, te cruzás con todas las razones que, a lo largo de los años, tuviste para no dejarlo.
9. PORTACIÓN DE CARA: el tipo me había manoteado durante un recital, era piba, boluda, corrí y me largué a llorar. Lo vi ayer, hoy, mañana. Trabaja en la esquina de casa. Pasó media década, yo sé que soy una más en su haber, pero él es el único que miro y me da náuseas.
10. PUNTOS CARDINALES: "son 6 pesos", "son 6,25, porque aunque sean 15 cuadras, hay cambio de sección", "¿por qué me peleás por 25 centavos si a fin de año vas a pagar 11 mangos"... y así los choferes de la línea ESTE, demuestran que hace mil años que perdieron el norte.
11. CEBADA: pensaba que en verano y con cuarenta grados, me bastaba un helado para ser feliz. Y entonces descubrí la birra recién sacada de la heladera.
12. USOS: los volantes que dan los pibes vestidos de cocineros no sirven ni para abanicarse. Es en ese momento cuando hay que recurrir a la chica que reparte las muestritas de Pantene.
13. CON LA FRENTE MARCHITA: uno empieza a entender el tango cuando está más lejos de cumplir 15 que de llegar a duplicarlos.
14. LA MEDIA VUELTA: andate de mi mundo, andate con el sol, andate cuando se muera la tarde.
15. AL REVÉS: en el Registro Civil, a mayor edad, mayor el arancel (y ni hablar si ya estás muerto)
16. FICCIÓN; y no hay novela que pueda se le pueda comparar a lo intrincado de algunas realidades.
miércoles, 22 de febrero de 2017
miércoles, 15 de febrero de 2017
Letra y Música 2
Nunca había leído testimonio más desgarrador que el de Noches Blancas, nadie me había cantado tan bien las cuarenta como don Eduardo en El Libro De Los Abrazos. Nadie me había transmitido tan bien lo "loco" del amor y la fuerza de los celos como el Romeo y el Otelo de Shakespeare y nada me hacía "volar" tanto como el realismo mágico del Gabo o las historias de Ray Bradbury, que de tan prácticas eran fantásticas y de tan fantásticas, llegaron a ser reales. Tampoco nadie me había dado tantas vueltas como Descartes o parecido tan interesante y al mismo tan insulso como Gray y su atlas de medicina.
Fue en ese momento, cuando mi realidad superó todas mis ficciones ya escritas, cuando empecé a leer menos y tuve la necesidad imperiosa de (d)escribir(me) más. Creía saber cómo se sentía un beso porque lo había leído tanto en un libro de poemas como en uno de medicina, pero recién fui capaz de describirlo cuando me dieron uno. Esa misma situación se dio con todas las cosas y experiencias por las que fui pasando después. La lectura fue mi teoría y cuanto más creciera, más tendría que apropiarme de la escritura como práctica. No por nada, los escritores escriben y describen TODA su vida, aunque nunca jamás escriben sobre sí mismos.
Leer o escribir bajo presión es imposible. Se hace o por mero impulso o no se hace. Un libro no te llega por azar, uno lo elige y quizá ese libro también lo elija a uno. Así fue como los primeros me los mandaba mi abuelo junto con bolsas y bolsas de golosinas, los siguientes mi papá y los restantes los fui consiguiendo hasta hacer de mi biblioteca un club. No me imagino otra forma de leer que no sea escribiendo, ni me imagino una descripción de mi vida sin la lectura como arma, aliada y en muy contadas ocasiones, también enemiga.
La idea, la inspiración, ese algo que surge de la necesidad de tomar una lapicera o empezar a tipear no viene porque sí y lo mejor del asunto es que del mismo modo que la imaginación, la escritura tampoco tiene techo, mucho menos, piso. Así como amor no es literatura sino se puede escribir en la piel, así como todo conflicto, todo cambio tiene un detonante, todo lo escrito tiene un porqué y un para qué. Ya sea que se escriba un microrrelato, los 140 caracteres de un tuit, una novela o tu propia biografía lectora, siempre hay una razón. La de hoy, es presentarme, representarme y volver a descubrir esos motivos por los que justamente creo que si todo lo demás falla hay que leer, pero más que nada, no dejar de escribir.
Fue en ese momento, cuando mi realidad superó todas mis ficciones ya escritas, cuando empecé a leer menos y tuve la necesidad imperiosa de (d)escribir(me) más. Creía saber cómo se sentía un beso porque lo había leído tanto en un libro de poemas como en uno de medicina, pero recién fui capaz de describirlo cuando me dieron uno. Esa misma situación se dio con todas las cosas y experiencias por las que fui pasando después. La lectura fue mi teoría y cuanto más creciera, más tendría que apropiarme de la escritura como práctica. No por nada, los escritores escriben y describen TODA su vida, aunque nunca jamás escriben sobre sí mismos.
Leer o escribir bajo presión es imposible. Se hace o por mero impulso o no se hace. Un libro no te llega por azar, uno lo elige y quizá ese libro también lo elija a uno. Así fue como los primeros me los mandaba mi abuelo junto con bolsas y bolsas de golosinas, los siguientes mi papá y los restantes los fui consiguiendo hasta hacer de mi biblioteca un club. No me imagino otra forma de leer que no sea escribiendo, ni me imagino una descripción de mi vida sin la lectura como arma, aliada y en muy contadas ocasiones, también enemiga.
La idea, la inspiración, ese algo que surge de la necesidad de tomar una lapicera o empezar a tipear no viene porque sí y lo mejor del asunto es que del mismo modo que la imaginación, la escritura tampoco tiene techo, mucho menos, piso. Así como amor no es literatura sino se puede escribir en la piel, así como todo conflicto, todo cambio tiene un detonante, todo lo escrito tiene un porqué y un para qué. Ya sea que se escriba un microrrelato, los 140 caracteres de un tuit, una novela o tu propia biografía lectora, siempre hay una razón. La de hoy, es presentarme, representarme y volver a descubrir esos motivos por los que justamente creo que si todo lo demás falla hay que leer, pero más que nada, no dejar de escribir.
Letra y música 1
Sí. Los veintitantos que tengo me los pasé leyendo. Mi abuelo materno se sabía la Divina Comedia de memora, el otro era licenciado en Letras y mis padres, abogados, devotos de Cortázar, Bécquer y Shakespeare. ¿De qué otra forma podría haber salido?
Caperucita Roja, la Cenicienta y Blancanieves eran parte de mis lecturas predilectas, pero no por mucho, ¿quién no quería ser princesa a los cinco años?, ¿quién no quería, a los diez años, encontrar un príncipe para casarse y no tener que salir a trabajar?
Las princesas eran perfectas, pero no eran reales, al menos no tanto como las mujeres que se instalaban horas en el estudio de mi mamá. La Bella Durmiente no tenía un marido que le pegaba, ni un padre ausente. Tampoco hay novios obsesivos en los cuentos de hadas y nadie lidia con cáncer antes de los 30, ni se saca los ojos por un pedacito de tierra. Ni las princesas ni las mártires eran mis ejemplos, pero las leía, las veía y las escuchaba. Quizá, sacando un poco de cada una y aprendiendo de la otra podría inventarme una mujer que sí fuera un ejemplo o podría armar una lista de las cualidades que yo sí podría tener cuando me convirtiera en mujer.
Leí a los hermanos Grimm con la misma pasión que todos los fines de semana buscaba una nueva palabra en el diccionario, a fin de poder ganarle a mi papá (obsesivo cultor del griego, el latín y el castellano) en el tan temido tutti-frutti. Prácticamente sentía que tocaba el cielo con las manos cada vez que gritaba "Tutti-frutti, nadie más escribe" y sabía que todo era mi mérito propio por haber leído y nunca haber dejado de escribir. Me sentía imbatible.
La vida me fue llevando por distintos y variados caminos. Al ir creciendo, al menos en edad (porque sigo midiendo lo mismo que a los 13 años), mis responsabilidades fueron mayores y los tiempos para leer se acortaron. Sin embargo, nada puede con la imaginación, más cuando sobrevienen momentos de crisis, o cuando justamente, la realidad supera a la ficción. Por eso, el tiempo que no pasaba leyendo lo empecé a utilizar escribiendo. De ahora en más yo iba a ser la dueña de mis ficciones y la creadora de mis propias realidades.
Caperucita Roja, la Cenicienta y Blancanieves eran parte de mis lecturas predilectas, pero no por mucho, ¿quién no quería ser princesa a los cinco años?, ¿quién no quería, a los diez años, encontrar un príncipe para casarse y no tener que salir a trabajar?
Las princesas eran perfectas, pero no eran reales, al menos no tanto como las mujeres que se instalaban horas en el estudio de mi mamá. La Bella Durmiente no tenía un marido que le pegaba, ni un padre ausente. Tampoco hay novios obsesivos en los cuentos de hadas y nadie lidia con cáncer antes de los 30, ni se saca los ojos por un pedacito de tierra. Ni las princesas ni las mártires eran mis ejemplos, pero las leía, las veía y las escuchaba. Quizá, sacando un poco de cada una y aprendiendo de la otra podría inventarme una mujer que sí fuera un ejemplo o podría armar una lista de las cualidades que yo sí podría tener cuando me convirtiera en mujer.
Leí a los hermanos Grimm con la misma pasión que todos los fines de semana buscaba una nueva palabra en el diccionario, a fin de poder ganarle a mi papá (obsesivo cultor del griego, el latín y el castellano) en el tan temido tutti-frutti. Prácticamente sentía que tocaba el cielo con las manos cada vez que gritaba "Tutti-frutti, nadie más escribe" y sabía que todo era mi mérito propio por haber leído y nunca haber dejado de escribir. Me sentía imbatible.
La vida me fue llevando por distintos y variados caminos. Al ir creciendo, al menos en edad (porque sigo midiendo lo mismo que a los 13 años), mis responsabilidades fueron mayores y los tiempos para leer se acortaron. Sin embargo, nada puede con la imaginación, más cuando sobrevienen momentos de crisis, o cuando justamente, la realidad supera a la ficción. Por eso, el tiempo que no pasaba leyendo lo empecé a utilizar escribiendo. De ahora en más yo iba a ser la dueña de mis ficciones y la creadora de mis propias realidades.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)