La Real Academia Española define a una utopía como un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Ningún libro dice (y tampoco dirá nunca), cómo, cuándo, dónde y por qué se llega al momento que le sigue a esa formulación: el de la concreción.
Soñar, imaginar o replantearse el mundo en función de que otro futuro, tanto propio como compartido, puede ser posible es un viaje de ida. Una vez que una idea zarpa de la mente es imposible detenerla, es imposible retenerla.
Sí, la utopía es universal y surge o surgirá en todas y cada una de las siete mil millones de cabezas que están poblando el planeta Tierra. Es una necesitad imperiosa y emergente. Es el impulso de y para hacer todo lo que sea posible para que eso que parece inalcanzable deje de ser una simple abstracción.
No hay quien no quiera que sus lejanas elucubraciones mentales se concreten y se vuelvan palpables, tangibles y más que nada, reales. Nuestras. La práctica y la vida misma demuestran que, de forma contraria a lo dicho por cualquier diccionario, no quedan enclaustradas en un lugar inexistente; están en tantas mentes y en tantos lugares al mismo tiempo, que sería imposible universalizarlas, cuantificarlas y medirlas. ¿Quién puede decidir cuánto peso tiene una con respecto a la otra?, ¿quién dice cuál vale más y cuál menos?, ¿quién puede decirle a otro cómo pensar?
Soñar, imaginar o replantearse el mundo en función de que otro futuro, tanto propio como compartido, puede ser posible es un viaje de ida. Una vez que una idea zarpa de la mente es imposible detenerla, es imposible retenerla.
Sí, la utopía es universal y surge o surgirá en todas y cada una de las siete mil millones de cabezas que están poblando el planeta Tierra. Es una necesitad imperiosa y emergente. Es el impulso de y para hacer todo lo que sea posible para que eso que parece inalcanzable deje de ser una simple abstracción.
No hay quien no quiera que sus lejanas elucubraciones mentales se concreten y se vuelvan palpables, tangibles y más que nada, reales. Nuestras. La práctica y la vida misma demuestran que, de forma contraria a lo dicho por cualquier diccionario, no quedan enclaustradas en un lugar inexistente; están en tantas mentes y en tantos lugares al mismo tiempo, que sería imposible universalizarlas, cuantificarlas y medirlas. ¿Quién puede decidir cuánto peso tiene una con respecto a la otra?, ¿quién dice cuál vale más y cuál menos?, ¿quién puede decirle a otro cómo pensar?
Las utopías son, entonces, parte de la historia de un pueblo, construcciones mentales de sus habitantes, conjuntos de significados comunes y las impulsoras de los cambios más grandes que marcan la vida en conjunto de un país. Son de todos, porque no hay ser humano que viva sin ellas, no son de nadie, porque nacen como parte de la naturaleza misma formando una antítesis con la racionalidad. Pueden ser globales, porque también pueden ser compartidas y aunque se compartan, también son individuales y particulares, porque nadie las concibe de la misma manera y todos las aprehenden a su modo. Son viajes, esos catalogados como "viajes de ida" de los que nunca se puede volver de la misma manera en la que te fuiste. Imaginarse un mundo y miles siempre que quieras y siempre que puedas, es posible.
Las ideas no se matan, las utopías como futuros lugares posibles, tampoco. Por más restricciones mentales y materiales a las que uno se haya expuesto a lo largo de su vida, para la mente ni el suelo es el tope, ni el cielo es el límite.
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