Ya era tiempo de que nos encontráramos. El inconsciente, dicen, no distingue a los vivos de los muertos y según una tribu de nosédónde y de nosécuándo, soñar con alguien,
significa que lo incorporaste. Ayer soné con vos por primera vez
en toda mi vida. Durante una siesta cualquiera, así de la nada y como si nada.
Me asusté, me encantó.
Siempre sueño con mi nonno, que me lleva a andar por ahí en su casa rodante, a la cancha de la Juventus o me canta canciones de su pueblo. Siento que nos visitamos, que rompemos las barreras del tiempo y del espacio, de la vida acá y un poco más allá. También sueño con gente que va y viene, que me busca y me encuentra, que pasa o deja de pasar, pero ayer fue distinto. Ayer soñé con vos, que tenés mis mismas iniciales y quizá mis mismos vicios.
Yo soñé con vos, soñé que habíamos pasado toda nuestra vida
juntos. Que jamás de habías ido tan intempestivamente como lo hiciste. Que evidentemente nos acompañábamos en todas, que éramos luz. Tenías el pelo cubierto de canas, se te
marcaban las arrugas de la frente cuando enarcabas las cejas y te reías y se te
achinaban los ojos, casi como a mí, igual que al tío.
Salías en televisión hablando de tus dos pasiones más grandes,
el teatro y las letras. Hablabas y sonreías hasta con los ojos, aquellos ojos entre azules y verdes que quizá nadie heredará. Yo estaba detrás de cámara, mirándote, deleitándome con el mero
hecho de escucharte y no podérmelo creer.
“Ella es mi nieta. Su blog empieza con la misma oración que
la primera obra de teatro que estrené, allá por los 50. Ni siquiera lo
sabíamos, pero ya nos conocíamos”
Y ahí desperté. Me asusté. Me encantó.
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