lunes, 21 de octubre de 2019

Rótula



La noche que nos peleamos, mientras iba corriendo por la calle, huyendo de él y también un poco de mí misma, me caí en la calle. Me pelé la rodilla izquierda y también los dedos de la mano derecha. Imaginate cómo fue el golpazo que eso fue casi en invierno y se me rompió el pantalón y también la calza que tenía abajo. En un momento no sé si lloraba más por lo que nos había pasado, por lo que ya no era más o por mi rodilla que no paraba de sangrar. No me olvido más de las gotas escarlata en el suelo y de la búsqueda frenética de algo, lo que fuera que tuviera a mano para parar la hemorragia… y mientras todo eso pasaba yo no podía parar de llorar. No eran sollozos, ni quejidos, era un señor llanto, de esos que te dejan sin respiración, que suenan tanto afuera como adentro, de esos que no te dejan avanzar. Y vaya si no podía avanzar; ¡estaba tan rota como mi rodilla!
Rota, esa es la palabra. Y ahora que lo pienso, suena parecido a rótula, que justamente es el hueso de la rodilla. Yo estaba rota, amiga. Apenas podía caminar, apenas me quería levantar, apenas quería. ¿Y sabés qué fue lo peor que hice?, caretearla, fingir que todo estaba bien, que todo estaba perfecto, que yo estaba como si nada y justamente lo que me había pasado esa noche era NADA. Y, sin embargo, estaba equivocada, ¿sabes qué?, justamente hay que nadar, porque tal y como dice el dicho, el que nada no se ahoga. En vez de nadar en mis propias lágrimas, de llorar a mares, me callé y fingí. Me lavé la cara, me maquillé y me puse a cantar “Thank you, next”. Mientras tanto, mi rodilla seguía sangrando, el mero roce con los pantalones, una ducha demasiado caliente o una caminata intensa me mataban, la rodilla dolía, dolía horrores y en el fondo, yo también.
Un día lo volví a ver y ese “como si nada”, se volvió un “como si todo”, lloré hasta dejarme la cara hinchada. Lloré con mi mamá, que siempre lo odió, con mi hermanx, con mis amigas, con mis mascotas, sola, en el medio de la nada, en la montaña, en los lugares a los que iba con él, en el mar y hasta en un McDonald’s. Me fui a llorar al baño de la facultad, lloré mientras me bañaba, en el boliche cantando un reggaetón, cuando te vi y me preguntaste por él. Recuerdo saludarte así nomás, amiga, decirte que me iba a comprar algo y que después volvería, pero en vez de eso, me fui a llorar al balcón, me abracé a mí misma y miré mi rodilla otra vez, para variar, sangraba.
Y el tiempo fue pasando, los meses también. ¿Lloré?, sí, obvio, pero cada vez menos. ¿Grité, pataleé y maldije? también, hasta que entendí que no había un por qué para todo esto, sino un para qué. ¿Para qué me tenía que pasar esto?, ¿para qué pasé por esto?, ¿para qué se fue esa persona que yo creía querer tanto?, ¿después de ella, quién vendrá? El tiempo, mientras tanto, siguió pasando…
Hoy viniste a verme, me dijiste que él se fue, estás rota, tanto que apenas te podés sostener y te entiendo, te entiendo tanto, por eso hoy te pedí que lloraras, que lloraras tanto como pudieras/quisieras porque lo necesitás, porque es sano, porque el que nada no se ahoga.
Ya es primavera y no puedo creer lo rápido que se nos pasó el tiempo ni cómo lo que antes me daba frío y dolor ya no me importa. Hace calor, empecé a usar vestidos y después de muchos meses vi mi rodilla por primera vez. La noche en que me hice la herida me hubiera venido bien tener una curita a mano, pero no tenía nada a mano y donde antes estaba esa herida, hoy hay una cicatriz. Él, ese por el que me dejé de lado tantas veces ya tampoco es herida, sino que es una cicatriz, un recordatorio de que ese día, en ese momento específico algo se rompió, algo me dolió más que la mierda y que con el tiempo, pero más que nada con verdadero amor, eso que estaba tan roto, yo que estaba tan rota, también sané y espero que pase lo mismo.
¿Te acordás que te dije que todo esto tenía un para qué? Y que me preguntaba después de esta persona que se fue, ¿quién vendrá?, bueno, la persona que vino fui yo misma; mientras él estaba, yo me perdía, cuando él se fue, yo me gané. Acá me tenés, amiga. Llorá que te abrazo, ahí donde duele, ahí donde está roto, también va a sanar.


Para Paula. <3

lunes, 16 de septiembre de 2019

Ya no

Un día pasó
Lo que esperaba y lo que no,
Lo que me temía
y lo que para todos siempre fue mejor
Un día pasó y dije "ya no".
Ya no te extraño, ni siempre, ni de a ratos,
ni de a horas, ni de a instantes,
ya no te extraño nunca.
Ya no te quiero, ya no te creo
y eso que creer y querer van de la mano
porque los dos requieren confianza
porque los dos requieren esperanza
y no tuvimos ninguna de las dos
cualquiera de mis esfuerzos siempre fue vano.
Ya no, ya no más
ya no vengo, ya no vas
ya no voy a volver, ya no vas a llegar.
Ya no vamos a jugar, ni a soñar, ni a acampar
Ya no vamos a comer, a coser ni a correr
Ya no vamos a ir, a sentir, a existir
Ya no hay verbo que nos abarque
Ya no hay beso que nos arranque
Ya no.
Un día pasó,
Lo que esperaba y lo que no
dije "ya no"
Y lo que pasaba, pasó
pero ya no, ya no más.

sábado, 24 de agosto de 2019

11056- En sus zapatos

11056- Me aturdió. Y fue tanto y tan fuerte el ruido que aun hoy no recuerdo cómo volví a casa. Solo supe-y porque me contaron-que llegué, arrojé las zapatillas contra la pared y sin decir nada me fui a dormir. Los días, las semanas y los meses fueron pasando y por más que lo intenté, jamás pude volver a ponerme esas zapatillas. Primero dije que me daba pereza limpiarlas, porque estaban llenas de barro, papel picado y otras cosas que no recuerdo. Después dije que era porque tenían un agujero, igual que yo, desde la misma madrugada y luego, simplemente, usé otros zapatos que estaban listos para usar.
Una temporada después, quise volver a usarlas, amaba mis Reebok negras, pero me era imposible; no las podía ni ver, se convertirían en alimento de cobayos tarde o temprano, indefectiblemente. Como me visto igual desde los 15, busqué exactamente el mismo modelo por todas las tiendas habidas y por haber y recorrí media provincia, esas zapatillas rondaban los seis años y habían vivido conmigo momentos únicos, miles de primeras veces y aquella última vez que tanto me aturdió.
"Señora, ese modelo no se fabrica más, pero seguro este le va a sentar mejor, es mejor". Descreí de las palabras del vendedor, pero sí, el nuevo modelo era mejor. No sé qué ironía del destino, en ese momento lo entendí: yo no podía volver a lo mismo, a ese mismo patrón, a pisar esos mismos lugares, a (simbólicamente) ponerme la misma ropa sucia después de bañarme. Nada podía volver a ser lo mismo, nada podía volver a ser igual. Mi yo se había ido con las zapatillas viejas, ahora solo me quedaba dar pasos nuevos. Ahora solamente me quedaba empezar de nuevo.

Al olvido, olvídalo

Me olvidé de cómo te gustaba el café. Y de si preferías lo dulce o lo salado. Me olvidé de cuántas cucharadas de azúcar le ponías al té. Y del punto de cocción en el que te gustaba el asado.
Me olvidé de cuál de todos tus lunares era el que más me gustaba. Y también de cómo sonaba tu despertador. Me olvidé de la marca de cigarrillos que fumabas. Y del modo en que te tapabas los ojos en las mañanas, ante el más mínimo resplandor.
Me olvidé de tu risa y de esas lágrimas que delante de mí jamás te esforzaste en ocultar. Y de tus bromas y el modo en que siempre lograbas que las creyera. Me olvidé de tu pelo con olor a Sedal y de por qué alguna vez te comparé con el mar.
Me olvidé de tantas, pero tantas cosas, que a veces creo que ni siquiera fuiste de verdad. Me olvidé de eso que me hacía querer verte, de eso que creía que a tu lado no era soledad. Y de que no hubo nadie que no me dijera que lo mejor era perderte.
Te olvidé, sí. Y de tanto olvidarte, también me olvidé.

viernes, 2 de agosto de 2019

Chau

Hoy descubrí que no quiero seguir escribiendo sobre vos. Que quiero enterrarte. Que quiero despertarme una mañana o dormir una noche entera sin siquiera recordar que alguna vez exististe.
Hoy te soñé, tan real, tan nítido como todas las otras noches, pero no quiero que te me aparezcas más, ni que vuelvas, ni nada. Por mí quedate ahí, bien lejos, convertite nada más en un recuerdo, o quizá ni siquiera en eso. A veces siento que eras todo para mí, todo lo bueno, todo lo malo, esa persona con la que quería todo, el resto de mi vida, o mientras me durara el para siempre. Ahora solo quiero que te esfumes, que seas la nada misma, que no existas en mi pantalla, ni en mis memorias, ni en mis historias. No quiero que existas para nada. 
Andate, volvete. Dormite. Desaparecete. 
Esta es la última vez que escribo sobre vos. 
Esta es la última lágrima.
Este es el último adiós.
Chau. 

Tenías que ser vos (Póstumo)

Descubrí, casi de zopetón, cuál era tu frase de cabecera. También me enteré de que te gustaban las gaseosas light. Esas que tomabas con mi superhéroe preferido mientras te ponías hablar de asuntos internos, que solo ustedes dos entendían.
Pasábamos mucho tiempo juntos, cada vez más. A veces, hasta se hacía de noche. Eso en verano y en Mendoza es un montón.
Cuando iba a rendir, no te decía, no quería que nos comparáramos y, a decir verdad, tampoco quería decepcionarte. El lunes siguiente me enteré de que aprobé y fuiste el primero en saberlo, cómo no? tenías que ser vos.
Para festejar, encendimos un cohete en algún lugar igual de verde.
 Las siguientes veces que rendí, también fuiste el primero en saberlo. "Oficialmente somos colegas", te escribí aquella mañana. El resto de las horas de ese día las pasé a tu lado.
Ese día resultó seer inolvidable. Vos empezabas a serlo.

miércoles, 24 de julio de 2019

Volantazo

-Me podría haber muerto. Esa noche podría haberme muerto. Y me daba absolutamente igual.
Ella me escuchó y no pudo evitar llorar. Agarré un puñado de pañuelitos descartables y seguí mi relato.
-No me acordaba de nada, no me quería acordar. Solo me habían quedado sus palabras, esas que hicieron un hueco tan grande y tan hondo que no sé si algún día voy a volver a llenar. Solo tenía vestigios de esa noche, de lo que fui, de lo que éramos. Me acuerdo de agarrar mi tapado rojo y cerrar la puerta con furia, de que puteé a una señora y crucé la acequia, pero después no me acordaba más nada, no me acuerdo. No sé cómo fue que saqué esa foto que te dije o en qué momento me desvestí o qué hice después. Tenía todo borrado, hasta hoy, que soñé que me moría.
-¿Y te veías linda de muerta?
-Tenía los ojos hinchados. Como cuando me los vi en un espejo después del mediodía. El auto dio un volantazo, bueno, lo dio él. Casi volcamos, eso pensé. Cerré los ojos y siguió manejando, pero yo pensé por segundos, por milisegundos que podía estar muerta. Tuve la misma sensación que cuando tenía 10 años, mi tío manejaba y de un supermercado salió un Falcón verde y no pudo frenar; mamá se rompió la nariz por proteger a mi hermanito y a mí me dolía la cara. Fue lo mismo que sentí en la alameda, cuando iba en un auto repleto, un taxi salió de la nada y también chocamos. Yo estaba en la misma posición que en el auto de mi tío y también me golpeé la cara. Estaba igual de aterrada, pero esas dos veces no pensé que me iba a morir, ahora sí. Y no puedo parar de llorar. Me podría haber muerto, me podría haber matado tantas veces.
-Por algo no fue ninguna, para algo...
Asiento.
-A vos no te importaba morir, porque no te importaba tu vida y eso pasa solamente cuando estás muerto, ¿no?
Me quedo pensativa.
-¿Sabés lo que creo?, que vos ya estabas muerta.
-¿Qué?
-Sí. Vos estabas muerta. Ese volantazo solamente te despertó. Si ahora llorás, es porque volviste a nacer.
(Silencio largo)
-Felicidades.

viernes, 5 de julio de 2019

Sí, vos (póstumo)

Era febrero y me acuerdo que llegaste, no recuerdo con quién, o sí, pero no viene al caso. La cuestión era que habías vuelto. Yo estaba por empezar a escribir, pero no sabía de qué o de quién. Había decidido que quería traducir y como siempre fui muy tozuda y obstinada, sabía que lo lograría. Vos te me sentabas al lado, me contabas historias tuyas y de otros, hablabas de lo mucho que odiabas Fahrenheit 451 que, por lejos, siempre fue mi libro favorito. Te gustaba Bradbury, sí, pero no ese libro. Me recomendaste a Truman Capote, todavía no lo leo.
Esa semana tenías un examen. Jamás te vi tan acelerado como aquella mañana. Ibas y venías, ibas y venías del primer al segundo piso, hasta que te llegó el momento y los que estábamos ahí, sentimos esa misma ansiedad que vos estabas destilando. Predije la nota que te ibas a sacar.
Después de esa tarde, desapareciste del mapa y yo no entendía por qué. En un escueto mensaje, me dijiste que estabas bien. Jamás te creí y estaba en lo cierto. Sí, me importaba que estuvieras bien. Sí, me importabas. Sí. Vos.

Mi persona (póstumo)

Empiezo a escribirte hoy, con la certeza de que quizá nunca me leas. Pensaba en hace un año, cuando no tenía dimensión real de qué tan importante ibas a ser en mi vida, ni siquiera en el próximo año que estaba por venir.
Te había visto tres veces, nos habíamos sacado una selfie, pero te odiaba. Me parecía hasta invasivo que me hubieras empezado a seguir en Instagram tan de repente, te sentía como un ególatra más, y lo peor de todo: no podías parar de fumar, algo que a mí siempre me pareció un hábito asqueroso.
Con el tiempo, me di cuenta de que el tabaco era parte de tu olor y en vos, justamente en vos, me parecía exquisito, ideal. El café instantáneo y ese perfume del que aún hoy no me sé el nombre también hacían ese "olor a vos" del que tantas veces te hablé.
Hoy, más de un año después de ese momento, me doy cuenta de que te quiero como a nadie, como no sabía que podía, como no sabía que quería poder querer. Y te me estás por ir de nuevo y a mí se me parte el alma de solo pensar que quizás vuelva a abrazarte ya en febrero, marzo tal vez.
Mi amigo, mi humano, mi compañero, mi persona hecha mar. Mi persona.

viernes, 24 de mayo de 2019

El hueco

A veces duele más, a veces menos. Hay días que lo siento como todo un abismo, como un señor agujero que me come en carne viva, que me echa ácido sobre las heridas, que apenas me deja respirar y que, a duras penas, me deja ser.
Está ahí, lo veo y en ocasiones siento que hasta me habla, que por cada paso que doy me recuerda todo lo que hubo atrás, eso que fuimos, eso que quisimos ser, eso que se extinguió sin que siquiera lo pudiera prever.
Duele, sí, duele como una puñalada, arde como una cortada por papel un raspón dejado a merced de la sal del mar, hiere como todo lo que no vuelve, como todo lo que nunca más volverá a ser como antes. A veces siento que me mata, otras, que me recuerda que siento y que por ende, todavía estoy viva.
A veces, el hueco me deja reírme a carcajadas y estoy bien y siento la brisa, el sol y que la vida se me reinicia, que puedo salir a flote, que puedo con todo. Otras veces, el hueco me hunde, me deja en el inframundo, me aliena, me enajena y por último me rompe y me astilla, como si fuera de cristal, como si todo lo que tocara también me fuera a dañar.
No puedo hablar del hueco sin llorar, como tampoco puedo hablar de quien antes lo ocupaba, ese que me dejó sin voz, ese que me dejó tan pero tan vacía que me dejó sin puntos cardinales. Me dejó, me botó, me duele, me hiere. Es el hueco, es el hueco el que me recuerda que él está, que existe, que fue, que no puedo apretar delete y borrarlo de mi vida, que no puedo apretar rewind para desconocerlo.
Es él. Él es el hueco y mientras sea así, hueco, nada ni nadie va a poder llenar su lugar.

martes, 1 de enero de 2019

Adiós al colectivo 33

En 2002 mamá se cansó de ser el chófer de la familia y vendió el auto, era un Peugeot 504 azul
que antes había sido de mi nonno y que por más que quisiéramos ya no daba para más.
Desde ese entonces, tuve que aprender a manejarme en colectivo.
Eran otras épocas, el metrotranvía no estaba ni en los planes, la Mendobus era tecnología avanzada
y no hacía mucho que la facultad de Derecho estaba adentro de campus de la Universidad.
En ese contexto, más allá de los 170/180 que me llevaron a Maipú hasta que terminé el secundario,
el colectivo que más tomaba era el 33 Godoy Cruz/Las Heras.
A veces iba a visitar a mi papá a su facultad, comíamos en el comedor y me atendía en el Damsu.
Durante el verano íbamos a la pileta del club y el año que mis viejos se divorciaron,
yo estaba por empezar el pre; jamás se me planteó otra cosa que estudiar en la universidad pública así
que de antemano ya sabía que iba a vivir prácticamente en el 30, que luego pasó a ser el 3 y después
simplemente el bondi.
Por ese entonces, el trasbordo tampoco existía y muchas veces salía del colegio con los minutos justos,
me sacaba el uniforme, me cambiaba e iba corriendo hasta el control. Había calculado 48 minutos entre
que salía de casa y pisaba la facultad. Quería ser médica, por culpa de Hollywood, pero esa ya es otra
historia.
Hace casi 9 años me fui a estudiar Comunicación Social a La Plata, pero siempre que volvía tenía
paso obligado por la Universidad; el Damsu seguía siendo mi obra social, las facultades hacían
actividades que me interesaban, podía hacer acelerados de idiomas y cada tanto visitaba a los
amigos que me habían quedado del pre y la secundaria. Por supuesto que seguía viajando en el 33.
Después de recibirme volví a Mendoza, ya con la idea de estudiar Inglés en la FFyL, también hice un
curso de Community Manager e iba a cuánto festival hubiera. El bondi ya no tenía el cartelito verde
sino luces LED que marcaban si iba a Godoy Cruz o a Las Heras; en 15 años y hasta ese momento,
jamás había confundido el recorrido, pero una tarde me pasó, por culpa de esos nuevos carteles y
 todavía no puedo entender cómo terminé en Las Heras sin saber cómo volver o para dónde ir.
A partir de febrero de este año, empecé a tomar el 33 todos los días, como hacía hace más de
10 años. Los 48 minutos de casa a la facu a veces eran más y otras menos, dependiendo de los
desvíos que hubiera. Llegué a tomármelo a las 6:30 de la mañana para guardar lugar en la primera
clase del miércoles o a las 22:30 después de haber estado yendo y viniendo por todo el campus.
Esta semana fue la última vez; a partir del 2/01 ese recorrido desaparece y tendré que calcular de
nuevo cuánto me tarda llegar a la Universidad y desde dónde, probablemente me pierda y termine
en Las Heras, Guaymallén o San Juan, pero ya no será una anécdota hasta graciosa y quizá tenga
que levantarme muchísimo más temprano o caminar por lugares que antes había obviado.
Por lo pronto, siento que se me termina una historia y por más que quiera minimizarlo,
no puedo evitar lo agridulce de esa sensación.


Te voy a extrañar Mercedes Benz con chofer, ojalá con tus nuevos colores y tu nuevo recorrido
llenes de historias a mucha más gente. Yo no te voy a olvidar viejo amigo.