La noche que nos
peleamos, mientras iba corriendo por la calle, huyendo de él y también un poco
de mí misma, me caí en la calle. Me pelé la rodilla izquierda y también los
dedos de la mano derecha. Imaginate cómo fue el golpazo que eso fue casi en
invierno y se me rompió el pantalón y también la calza que tenía abajo. En un
momento no sé si lloraba más por lo que nos había pasado, por lo que ya no era
más o por mi rodilla que no paraba de sangrar. No me olvido más de las gotas
escarlata en el suelo y de la búsqueda frenética de algo, lo que fuera que
tuviera a mano para parar la hemorragia… y mientras todo eso pasaba yo no podía
parar de llorar. No eran sollozos, ni quejidos, era un señor llanto, de esos
que te dejan sin respiración, que suenan tanto afuera como adentro, de esos que
no te dejan avanzar. Y vaya si no podía avanzar; ¡estaba tan rota como mi
rodilla!
Rota, esa es la
palabra. Y ahora que lo pienso, suena parecido a rótula, que justamente es el
hueso de la rodilla. Yo estaba rota, amiga. Apenas podía caminar, apenas me
quería levantar, apenas quería. ¿Y sabés qué fue lo peor que hice?, caretearla,
fingir que todo estaba bien, que todo estaba perfecto, que yo estaba como si
nada y justamente lo que me había pasado esa noche era NADA. Y, sin embargo,
estaba equivocada, ¿sabes qué?, justamente hay que nadar, porque tal y como
dice el dicho, el que nada no se ahoga. En vez de nadar en mis propias lágrimas,
de llorar a mares, me callé y fingí. Me lavé la cara, me maquillé y me puse a
cantar “Thank you, next”. Mientras tanto, mi rodilla seguía sangrando, el mero
roce con los pantalones, una ducha demasiado caliente o una caminata intensa me
mataban, la rodilla dolía, dolía horrores y en el fondo, yo también.
Un día lo volví a
ver y ese “como si nada”, se volvió un “como si todo”, lloré hasta dejarme la
cara hinchada. Lloré con mi mamá, que siempre lo odió, con mi hermanx, con mis
amigas, con mis mascotas, sola, en el medio de la nada, en la montaña, en los
lugares a los que iba con él, en el mar y hasta en un McDonald’s. Me fui a
llorar al baño de la facultad, lloré mientras me bañaba, en el boliche cantando
un reggaetón, cuando te vi y me preguntaste por él. Recuerdo saludarte así
nomás, amiga, decirte que me iba a comprar algo y que después volvería, pero en
vez de eso, me fui a llorar al balcón, me abracé a mí misma y miré mi rodilla
otra vez, para variar, sangraba.
Y el tiempo fue
pasando, los meses también. ¿Lloré?, sí, obvio, pero cada vez menos. ¿Grité,
pataleé y maldije? también, hasta que entendí que no había un por qué para todo
esto, sino un para qué. ¿Para qué me tenía que pasar esto?, ¿para qué pasé por
esto?, ¿para qué se fue esa persona que yo creía querer tanto?, ¿después de
ella, quién vendrá? El tiempo, mientras tanto, siguió pasando…
Hoy viniste a
verme, me dijiste que él se fue, estás rota, tanto que apenas te podés sostener
y te entiendo, te entiendo tanto, por eso hoy te pedí que lloraras, que
lloraras tanto como pudieras/quisieras porque lo necesitás, porque es sano, porque
el que nada no se ahoga.
Ya es primavera y
no puedo creer lo rápido que se nos pasó el tiempo ni cómo lo que antes me daba
frío y dolor ya no me importa. Hace calor, empecé a usar vestidos y después de
muchos meses vi mi rodilla por primera vez. La noche en que me hice la herida
me hubiera venido bien tener una curita a mano, pero no tenía nada a mano y
donde antes estaba esa herida, hoy hay una cicatriz. Él, ese por el que me dejé
de lado tantas veces ya tampoco es herida, sino que es una cicatriz, un
recordatorio de que ese día, en ese momento específico algo se rompió, algo me
dolió más que la mierda y que con el tiempo, pero más que nada con verdadero
amor, eso que estaba tan roto, yo que estaba tan rota, también sané y espero
que pase lo mismo.
¿Te acordás que
te dije que todo esto tenía un para qué? Y que me preguntaba después de esta
persona que se fue, ¿quién vendrá?, bueno, la persona que vino fui yo misma;
mientras él estaba, yo me perdía, cuando él se fue, yo me gané. Acá me tenés,
amiga. Llorá que te abrazo, ahí donde duele, ahí donde está roto, también va a
sanar.
Para Paula. <3