Era un mar inquieto, era a veces un sueño y otras, la mejor de mis realidades.
Era pura adrenalina, era un viento huracanado, era tempestad.
Era aire y era fuego, capaz de quemarte solo con la mirada, capaz de sofocarte con todo eso que jamás diría.
Él era él, así con todo lo bueno, con todo lo malo. Sulfúrico, volátil, insospechablemente sensible, cruel y hermoso, casi casi como el mundo. Mi...
Él era él.
Él era. Y me gustaba, me encantaba mirarlo dormir; era el ùnico momento en que se reconocía humano, era el el único momento en el que lo sentía mío.
jueves, 27 de diciembre de 2018
domingo, 9 de diciembre de 2018
Everlasting
Tuve que aprenderte y aprehenderte para darme cuenta de qué tan efímero o duradero podías ser.
Te enredé y te desenredé con tal de siquiera intentar entenderte.
Te idealicé y te destruí, para después volver a reconstruirte, con todos tus defectos, con todas tus virtudes, pero ya como parte de mi vida.
No pude domarte, nunca lo intenté, jamás lo intentaría. No está en tu naturaleza que puedas callarte, ni seguir órdenes, ni dar el brazo a torcer.
Sos el mar, vas a estar más o menos picado, pero nunca en calma.
Te abracé y junté tus pedazos cuando estabas roto. Te cocí las alas, te dije que podrías ir tan alto como quisieras y que si querías todo, lo podrías todo.
Recorrí kilómetros y kilómetros de camino, solamente para verte dos horas, estar a tu lado y sentirme en paz. Siempre lograste eso, calmarme, apaciguarme, rearmarme, no dejarme dejarte.
Ahora que te vas, ahora que me estás dejando, dejame quedarte, dejame quedarme.
Tuve que cederte y otras veces ganarte.
Fallé. Fue mi error. Tuve que conocerte, volver a desconocerte y buscarte hasta por debajo de las piedras para encontrarnos.
Y tuve que aprenderte, aprehenderte y desaprenderte, para caer en la cuenta de que no quiero que seas efímero. Más bien, quiero que seas para siempre.
Te enredé y te desenredé con tal de siquiera intentar entenderte.
Te idealicé y te destruí, para después volver a reconstruirte, con todos tus defectos, con todas tus virtudes, pero ya como parte de mi vida.
No pude domarte, nunca lo intenté, jamás lo intentaría. No está en tu naturaleza que puedas callarte, ni seguir órdenes, ni dar el brazo a torcer.
Sos el mar, vas a estar más o menos picado, pero nunca en calma.
Te abracé y junté tus pedazos cuando estabas roto. Te cocí las alas, te dije que podrías ir tan alto como quisieras y que si querías todo, lo podrías todo.
Recorrí kilómetros y kilómetros de camino, solamente para verte dos horas, estar a tu lado y sentirme en paz. Siempre lograste eso, calmarme, apaciguarme, rearmarme, no dejarme dejarte.
Ahora que te vas, ahora que me estás dejando, dejame quedarte, dejame quedarme.
Tuve que cederte y otras veces ganarte.
Fallé. Fue mi error. Tuve que conocerte, volver a desconocerte y buscarte hasta por debajo de las piedras para encontrarnos.
Y tuve que aprenderte, aprehenderte y desaprenderte, para caer en la cuenta de que no quiero que seas efímero. Más bien, quiero que seas para siempre.
domingo, 2 de diciembre de 2018
Sin condiciones
No puedo hacer más. No puedo hacer más cosas, por más de que por vos haría mil y una. Dos mil. Infinitas.
No puedo escocerte las heridas, curarte el alma o juntar los pedazos rotos de lo que alguna vez fuiste.
No puedo reparte, hacerte de nuevo o reconfortante ahora, cuando se que todavía ni siquiera te podés encontrar con vos mismo.
No puedo dejar que te enloquezcas, no quiero dejar que te caigas. No puedo dejarte ir. No quiero dejarte.
No puedo quitarte la lluvia de los ojos, descorrerte el pelo de la frente y confortar te , decirte que todo va a estar bien, que esto ya va a pasar y que es solo un mal trago, o peor aun, un mal recuerdo
No puedo porque a veces siento que ni yo me puedo...
Solo sé que cuando te abrazo y te abraso me puedo olvidar del mundo. Quiero rodearte tanto y tan fuerte como pueda. No me quiero ir, no me quiero bajar.
No puedo muchas cosas, pero si puedo estar a tu lado, en esta también. Sí puedo cubrir tu cabeza con mis brazos, sí quiero dejarte respirar y que me latas justo en el hueco que forman mi cuello, mi pecho y mi hombro... Y que latas cada vez más fuerte.
Lo único que nunca voy a dejar de hacer es quererte sin condiciones. Como a nada, como a mi todo, como a nadie.
Como nunca y como siempre. Sin condiciones.
No puedo escocerte las heridas, curarte el alma o juntar los pedazos rotos de lo que alguna vez fuiste.
No puedo reparte, hacerte de nuevo o reconfortante ahora, cuando se que todavía ni siquiera te podés encontrar con vos mismo.
No puedo dejar que te enloquezcas, no quiero dejar que te caigas. No puedo dejarte ir. No quiero dejarte.
No puedo quitarte la lluvia de los ojos, descorrerte el pelo de la frente y confortar te , decirte que todo va a estar bien, que esto ya va a pasar y que es solo un mal trago, o peor aun, un mal recuerdo
No puedo porque a veces siento que ni yo me puedo...
Solo sé que cuando te abrazo y te abraso me puedo olvidar del mundo. Quiero rodearte tanto y tan fuerte como pueda. No me quiero ir, no me quiero bajar.
No puedo muchas cosas, pero si puedo estar a tu lado, en esta también. Sí puedo cubrir tu cabeza con mis brazos, sí quiero dejarte respirar y que me latas justo en el hueco que forman mi cuello, mi pecho y mi hombro... Y que latas cada vez más fuerte.
Lo único que nunca voy a dejar de hacer es quererte sin condiciones. Como a nada, como a mi todo, como a nadie.
Como nunca y como siempre. Sin condiciones.
domingo, 25 de noviembre de 2018
Noviembre Contigo
Noviembre es uno de los meses que más me gusta en el año. Aparte de que marca el fin/comienzo de muchas cosas y de muchas historias, también me recuerda que te conocí y que durante tus 92 años fuiste una de las personas más importantes de mi vida.
Era llegar a Mar del Plata, pisar la casa de la calle Talcahuano y ver tu cabeza blanca asomándose desde la quinta, por la puerta del fondo o desde abajo del sauce, abrazarnos sin parar y que sonrieras. Estabas orgullosa de tener todos tus dientes y se lo atribuías a que tomabas un litro de leche por día y estabas orgullosa de tus canas, porque la mayor parte de la enorme familia que somos, te conocía por ellas.
Yo te agarré tarde, cuando ya rondabas los 70 y sin embargo, siempre me esperaste llegar; desde aquel 16/05 en el que nací hasta cuando vivía en La Plata y en medio de un fin de semana largo me escapaba para verte.
Extraño tu comida, sí, los buñuelos calientes recién hechos, la 80 golpes o las pizzas caseras; extraño que te acuerdes que odio el mate y me hagas un jarro de té con limón y miel, pero más que nada extraño tus anécdotas.
Quiero que me cuentes una y otra vez sobre lo que pasaba en la Segunda Guerra, el funeral de Gardel o las películas de Mirtha Legrand; que cantes tangos y canciones de Libertad Lamarque; que me muestres una por una las fotos de toda la familia y los cuadros, que me digas de qué casamiento es tal o cuál plato o cómo eran tus viajes en tren de San Agustín a Chaco para la cosecha de algodón.
Siempre admiré tu fortaleza, el modo en el que saliste adelante, lo mucho que diste por toda la familia y lo que supiste disfrutar la vida pese a todo lo que tuviste que enfrentar.
Yo no me olvido de tus canas, de tu experiencia, de esa mezcla entre gallego y valenciano que solo tenía tu acento, del olor algo a punto de salir del horno y las siestas en tu cama. Yo no me olvido de que sonreías cuando decías "ella se llama como yo" o que lloramos juntas en el balcón cuando llamó Gus desde Estados Unidos. Yo no te olvido vieja y de hecho, hoy te recuerdo más que nunca. Felices 99, dondequiera que el cielo te haya llevado, aunque siempre estés en mí.
jueves, 1 de noviembre de 2018
Parada
-Bien a la mierda te podés ir!- quise gritarle, pero las palabras no me salieron. Me quité el cinturón de golpe, me bajé del auto y crucé la calle. Él no dijo una palabra, simplemente arrancó y se fue.
Eran casi las dos de la mañana y los planes que había hecho a la tarde se habían derrumbado, tendría que esperar el bondi, uno que quizá nunca llegaría.
Me largué a llorar, de caliente nomás. No estaba enojada, estaba dolida. Él y yo podríamos haber discutido, pero preferí quedarme en mute, no tenía sentido plantearle cosas de las que quizá ni siquiera se daba cuenta, de solo pensarlo, me estresaba.
Seguí llorando, fue en ese momento en el que caí en la cuenta de lo que estaba haciendo: esperaba el colectivo sola, con tres pibes al lado, ellos tenían más alcohol, eran el doble de grandes y la calle, salvo por la poca gente que estaba en las paradas, estaba casi desierta.
“Podría haber fingido estar borracha mal para quedarme en su casa”, “podría haberle dicho que me llevara a la mía”, pensé. Estaba tan malpegada que ni se me cruzó por la cabeza, lo quería lejos, bien pero bien lejos, a él y a su auto.
En ese momento me vino a la cabeza la voz de mi mamá diciendo “no te da miedo andar por la calle sola?” Y me acordé de que mi respuesta había sido un rotundo “no”. Pero algo había cambiado ese día y me sentía más vulnerable que nunca.
Habíamos ido a una fiesta y la había pasado como el culo, el vino era malo y a él lo odiaba tanto como lo amaba. Qué mierda!! -Qué hora es?- le preguntó un pibe al otro- el bondi pasa hasta las 2.
-Las 2 y 5. Tiene que estar por venir.
Se acerca otra piba.
-Hace mucho que pasó el 13??
-Todavía no- le respondo.
“Esta es la parte más triste del día: cuando te dejo”, le dice Amelia a Jamie en Love Actually ni bien se baja del auto. Se lo dije a él alguna vez y ahora me arrepentía. Quería dormir, necesitaba dormir y que mañana fuera otro día.
“Si es que llego a casa”, pensé.
Ya eran las 2:30 y ni miras del bondi. El taxista de la vez pasada me quiso levantar y el de la otra vez desconectó la manguera del GNC para que el auto se le parara, dijo que no quería atravesar los barrios de ese lado. El taxi no era una opción. Uber no existe. Quién sabe cuántas horas tenga que esperar. Si llego.
El viento se hace más fuerte y la calle está cada vez más vacía. Siento un hueco adentro, me abrazo y me digo que todo va a salir bien. Espero.
“Se lo tendría que haber dicho”, pensé. “Sino siempre va a seguir suponiendo que todo está bien”. Volví a llorar, no estaba sola, pero me sentía sola y por primera vez en mucho tiempo, tenía miedo. De no decir, de no llegar.
-Ahí viene- gritó la chica. Paramos el bondi y subimos. Me siento.
Vuelvo a sacar el teléfono, la billetera y las llaves. Me los había guardado en el escote. Aún con todo en la mano, me vuelvo a abrazar y respiro.
“Ahora solo falta poder llegar a casa”, pienso
Ahora solo falta poder llegar a casa sana y salva.
viernes, 26 de octubre de 2018
Toda la galaxia

Me gusta verte llegar, cebar un
mate, planificar el futuro con la misma tranquilidad que la lista del
supermercado pero con la misma euforia con la que organizarías el mejor viaje
de tu vida.
Me gusta verte reír y que haya chistes que solo nosotras entendamos y que los demás se nos queden mirando sin terminar de entender qué pasó o qué no.
Me gusta verte reír y que haya chistes que solo nosotras entendamos y que los demás se nos queden mirando sin terminar de entender qué pasó o qué no.
Quiero tenerte para siempre, no como
compañera de militancia, sino como amiga, caminando a mi lado, luchando por las
mismas cosas y peleando por los mismos sueños, esos que no se cuantifican con
un voto ni caben en las urnas. Esos por los que todos los días nos levantamos
queriendo que el mundo, la facu y nuestra casa sean lugares un poquito más
lindos.
Que nadie venga a decirte que el
cielo es el límite, porque aun así, hay huellas en la luna. Vos sos infinita,
que nadie, que absolutamente nadie te convenza de lo contrario. Yo, mientras
tanto, te voy a estar acompañando.
Sos mansa guachi. Te quiero mil.
(A Camila Daffunchio, infinita y simultáneamente fuera de serie)
(A Camila Daffunchio, infinita y simultáneamente fuera de serie)
Te vi
Te vi.
Si de algo estoy segura es de que yo sí te vi…
Escribo
estas líneas después de haber pasado tres días y tres noches enteras con vos,
no siendo mi única compañía, pero sí la más importante.
Recién
me largué a llorar a mares, no porque esté triste, porque me algo me duela, o
por cualquiera de las razones convencionales por las que una lloraría.
Si
estoy llorando es porque no doy, todavía, crédito de todo lo que pasamos.
Te vi
ponerte al hombro esta campaña como a nadie, aprender a cocer de la nada,
cargar con un mundo de cosas en el auto, en el alma y en la vida y no flaquear,
o al menos no demostrarlo. Te vi dejar cosas que amabas, que creíste que jamás
ibas a dejar de lado o que te parecían importantes, por (al menos) tratar de
estar en todas, por acompañarnos a todos y cada uno y por ser para todos, ese
compañero y amigo incondicional que nunca nos soltó la mano y siempre nos
incentivó a ser mejores como compañeros de militancia sí, pero también como
personas.
Yo te
vi. Yo te vi poner música cuando no querías hablar, te vi cantar a los gritos las
canciones de la Franja, te vi llorar, te vi disimularlo, te vi reír a
carcajadas, saltar de la emoción, abrazarnos a todos y cada uno y cuidarnos
como si fuéramos familia.
Yo te
vi, Kevin. Te vi temblar el minuto antes de lanzarte a hablar en la asamblea
sobre lo mucho que querés a la Franja. Te vi bancando los trapos en la campaña
de Consejo, por más roto que estuvieras. Te vi en el Consejo Directivo,
llevándole la contra al decano. Te vi defendiendo la educación pública. Te vi como a nadie, te vi como nadie.
Te vi volverte estrella y también estrellarte y juro que no sé si te quise y te admiré más cuando te “convertiste
en héroe” o cuando, por fin, te reconociste humano.
Justamente
por todo, por absolutamente todo eso, cada día te quiero y te admiro más.
No hay, no hubo y quizá no habrá tranquilidad más grande que saberte en esos lugares y en esos momentos en los que yo me cuestionaba un millón de cosas, pero no dejabas de estar y, es más, te quedabas más que nunca. Te aferrabas a lo que más querías sin dar el brazo a torcer y luchaste con uñas y dientes, adelante y sin cesar.
No hay, no hubo y quizá no habrá tranquilidad más grande que saberte en esos lugares y en esos momentos en los que yo me cuestionaba un millón de cosas, pero no dejabas de estar y, es más, te quedabas más que nunca. Te aferrabas a lo que más querías sin dar el brazo a torcer y luchaste con uñas y dientes, adelante y sin cesar.
Pasamos
una batalla, sé que vamos a pasar mil más… juntos.
Te quiero tanto que ya no se puede cuantificar. Quizá las palabras para poder expresarlo, todavía no se inventaron.
Ti voglio tanto bene caro mio, forever.
(A Kevin Sotelo, mi mejor amigo)
Ti voglio tanto bene caro mio, forever.
(A Kevin Sotelo, mi mejor amigo)
sábado, 27 de enero de 2018
No Reply
No Reply
Agité mi mano izquierda y me di la vuelta sin mirar atrás. Al hacerlo, los pliegues de mi vestido negro se movieron al compás del viento. Era verano, el más cálido que recordara en años y sin embargo esa brisa ya anticipaba la tardía llegada del otoño.
Sonreí. Había sido uno de esos días que te quitan el aliento. Ya eran más de las diez. Estaba feliz, se me había ido el dolor de cabeza y tenía una mezcla rara de sentimientos. Me moría de ganas por hacer cosas nuevas, por planificar un futuro cada vez más prometedor. Amaba lo que hacía. Estaba eufórica.
Caminé varias cuadras. Siempre me llamó la atención que las veredas fueran casi casi tan largas como anchas. Miré la hora en mi reloj, la novela turca ya había empezado. Me debían estar esperando. Me apuré un poco más, me moví tan rápido como pude, pero sin correr. Ese día había elegido usar ojotas, hacía años que había dejado de negociar mi comodidad a cambio de otras convenciones. Le mandé a mamá un escueto “vado Haus”, para dejarla tranquila y me senté a esperar el bus.
-Guapa, ¿me das tu número?- preguntó un tipo que no parecía estar muy lúcido.
-Na, disculpá, no soy de acá.-le contesté. No tenía ganas ni de ser simpática.
-Na, disculpá, no soy de acá.-le contesté. No tenía ganas ni de ser simpática.
Mi teléfono vibró, pero no lo volvería a sacar hasta estar en casa. Me crucé a un kiosco y después me subí al colectivo. Saludé al chofer y me senté en el cuarto asiento, ese que era mi cábala cuando iba al colegio; ahora me gustaban más los números impares, “porque nadie está completo” pensé siempre. Ayer fue 26.
Intenté recordar qué otra cosa me había ocurrido un día 26 y no encontré ninguna. 27/12 fue mi cena de egresados; 25/02 era el cumpleaños de George Harrison; 28/11 desapareció mi gato; 24/4 el cumpleaños de mi abuelo. Nada el 26.
Intenté recordar qué otra cosa me había ocurrido un día 26 y no encontré ninguna. 27/12 fue mi cena de egresados; 25/02 era el cumpleaños de George Harrison; 28/11 desapareció mi gato; 24/4 el cumpleaños de mi abuelo. Nada el 26.
Mi teléfono volvió a vibrar. Cuando lo cambié, configuré a todas las personas con zumbidos distintos. “Si todas eran diferentes, ¿por qué debería sentirlas igual?”, pensé en ese momento. Ya sabía quién me escribía y sabía que le respondería en casa, tirada en el sillón y comiendo postre. Me veía despatarrada, con mi bolsa de hielo en la nuca y tecleando frenéticamente.
Llegué a mi parada, me bajé y agarré mi cartera con fuerza. Caminé casi dando saltitos como si fuera una liebre. Esta noche estaba particularmente blanca, me acordé de Dostoievski y la desolación del protagonista de Noches Blancas ante lo irreversible de algunas decisiones.
Bastaban solo dos cuadras para llegar a mi casa. Yo me veía poniendo los ojos en blanco mientras contaba mis aventuras del día. El teléfono vibró otra vez. ¿De qué charla interesante me estaría perdiendo?, sabía que lo único que no diría era ese “Na, disculpá, no soy de acá”, que decía casi por inercia. Esta conversación no se lo merecía.
Yo lo tenía todo calculado, como casi siempre. Y sin embargo, contra todos los pronósticos, algo cambió durante esos minutos; mi porción de postre sigue en la heladera y el vino quedó sin abrir.
A las 11:37, el mensaje, ese mensaje en mi whatsapp que de tanto vibrar ya me latía, fue marcado como visto. Son casi las ocho de la noche del día siguiente, quizá quien lo escribió aún no lo sepa, pero yo no lo leí.
Yo lo tenía todo calculado, como casi siempre. Y sin embargo, contra todos los pronósticos, algo cambió durante esos minutos; mi porción de postre sigue en la heladera y el vino quedó sin abrir.
A las 11:37, el mensaje, ese mensaje en mi whatsapp que de tanto vibrar ya me latía, fue marcado como visto. Son casi las ocho de la noche del día siguiente, quizá quien lo escribió aún no lo sepa, pero yo no lo leí.
martes, 23 de enero de 2018
La probadita
El ardor me quitó la respiración. Apenas pude reaccionar, perdí el aliento. El nudo en la garganta me latía casi como si fuera una bomba a punto de estallar; lentamente cada centímetro de mi piel se iba quemando. Di un suspiro, dos, diez. Era mi propio corazón el que me estaba aturdiendo. Aunque siquiera me lo hubiese propuesto, sabía que no podía hablar, que las palabras no eran lo suficientemente grandes para describir lo que ocurría.
Cerré los ojos, traté de volver a mi estado inicial, a la calma que precedió la tormenta de emociones que me iba poseyendo. Hiperventilaba, rugía, me estremecía. Traté. Traté de volver a mí, pero no pude.
Sentí su sabor corroyéndome, derritiéndome, derritiéndonos. Era delicioso, lo más rico que hubiera probado jamás, era irresistible. El fuego líquido, la insaciabilidad que había desplegado en mí no se extinguiría jamás, estaba segura. De ahora en más, no habría camino de regreso; yo nunca volvería a ser la misma.
Amarula querido, ¡gracias por existir!
Cerré los ojos, traté de volver a mi estado inicial, a la calma que precedió la tormenta de emociones que me iba poseyendo. Hiperventilaba, rugía, me estremecía. Traté. Traté de volver a mí, pero no pude.
Sentí su sabor corroyéndome, derritiéndome, derritiéndonos. Era delicioso, lo más rico que hubiera probado jamás, era irresistible. El fuego líquido, la insaciabilidad que había desplegado en mí no se extinguiría jamás, estaba segura. De ahora en más, no habría camino de regreso; yo nunca volvería a ser la misma.
Amarula querido, ¡gracias por existir!
domingo, 21 de enero de 2018
Y te soñé...
Ya era tiempo de que nos encontráramos. El inconsciente, dicen, no distingue a los vivos de los muertos y según una tribu de nosédónde y de nosécuándo, soñar con alguien,
significa que lo incorporaste. Ayer soné con vos por primera vez
en toda mi vida. Durante una siesta cualquiera, así de la nada y como si nada.
Me asusté, me encantó.
Siempre sueño con mi nonno, que me lleva a andar por ahí en su casa rodante, a la cancha de la Juventus o me canta canciones de su pueblo. Siento que nos visitamos, que rompemos las barreras del tiempo y del espacio, de la vida acá y un poco más allá. También sueño con gente que va y viene, que me busca y me encuentra, que pasa o deja de pasar, pero ayer fue distinto. Ayer soñé con vos, que tenés mis mismas iniciales y quizá mis mismos vicios.
Yo soñé con vos, soñé que habíamos pasado toda nuestra vida
juntos. Que jamás de habías ido tan intempestivamente como lo hiciste. Que evidentemente nos acompañábamos en todas, que éramos luz. Tenías el pelo cubierto de canas, se te
marcaban las arrugas de la frente cuando enarcabas las cejas y te reías y se te
achinaban los ojos, casi como a mí, igual que al tío.
Salías en televisión hablando de tus dos pasiones más grandes,
el teatro y las letras. Hablabas y sonreías hasta con los ojos, aquellos ojos entre azules y verdes que quizá nadie heredará. Yo estaba detrás de cámara, mirándote, deleitándome con el mero
hecho de escucharte y no podérmelo creer.
“Ella es mi nieta. Su blog empieza con la misma oración que
la primera obra de teatro que estrené, allá por los 50. Ni siquiera lo
sabíamos, pero ya nos conocíamos”
Y ahí desperté. Me asusté. Me encantó.
Fixing That Hole
Y una vez que supe que se fue y que no volvería, hice lo mejor que podía hacer por ambos: borrar todo lo que nos unía. Fue así que aniquilé chats, rompí cartas con falsas promesas, eliminé fotos, silencié cuentas y tapé mi mente de cosas y cosas para evitar que él volviera, siquiera en pensamiento.
Cambié, cambié los muebles de lugar, ordené el ropero y reparé los libros deslomados, como si eso también me fuera arreglar a mí. Sentí la lluvia en mi pelo, el placer del café caliente en mis labios y el sueño, por fin, reparador en mi cuerpo. Caminé entre bandadas, cambié mi número para que no me encontrara, borre el suyo para no buscarlo, me alejé de las pantallas, de las caretas, de las formas. Me acerqué a mí.
"No estoy bien", confesé. "Me importa más de lo que pensaba", musité. Sí, estaba empezando a sentir que me movía el piso, cuando ya era tarde para alcanzarle. Sentía algo, sí, algo que como las llamas con el viento, se aviva y se aviva y de improviso, quizá también se apaga sin que te des cuenta. Sí, sí a todo, como los locos. Sí quiero. Esta noche también lo extraño, esta noche también lloré. Sí, lo amo.
Él se fue y yo me quedé acá, hecha un manojo de cosas que no dije y otras que me arrepentí de no hacer. Todo eso debo echarlo bajo tierra, apagar el fuego, mitigar el ardor, cerrar la puerta.
Pasará, sé que pasará, porque siempre lo hace. Pero no hay "mientras tanto" más duro que este. Puedo borrarlo de mil maneras diferentes, pero no existe ni una vacuna contra el mal de amores ni un tratamiento, que por mero arte de magia, arranque al amor de mi cuerpo, como si fuera una curita.
Cambié, cambié los muebles de lugar, ordené el ropero y reparé los libros deslomados, como si eso también me fuera arreglar a mí. Sentí la lluvia en mi pelo, el placer del café caliente en mis labios y el sueño, por fin, reparador en mi cuerpo. Caminé entre bandadas, cambié mi número para que no me encontrara, borre el suyo para no buscarlo, me alejé de las pantallas, de las caretas, de las formas. Me acerqué a mí.
"No estoy bien", confesé. "Me importa más de lo que pensaba", musité. Sí, estaba empezando a sentir que me movía el piso, cuando ya era tarde para alcanzarle. Sentía algo, sí, algo que como las llamas con el viento, se aviva y se aviva y de improviso, quizá también se apaga sin que te des cuenta. Sí, sí a todo, como los locos. Sí quiero. Esta noche también lo extraño, esta noche también lloré. Sí, lo amo.
Él se fue y yo me quedé acá, hecha un manojo de cosas que no dije y otras que me arrepentí de no hacer. Todo eso debo echarlo bajo tierra, apagar el fuego, mitigar el ardor, cerrar la puerta.
Pasará, sé que pasará, porque siempre lo hace. Pero no hay "mientras tanto" más duro que este. Puedo borrarlo de mil maneras diferentes, pero no existe ni una vacuna contra el mal de amores ni un tratamiento, que por mero arte de magia, arranque al amor de mi cuerpo, como si fuera una curita.
miércoles, 17 de enero de 2018
Ni el cielo es el límite
La Real Academia Española define a una utopía como un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Ningún libro dice (y tampoco dirá nunca), cómo, cuándo, dónde y por qué se llega al momento que le sigue a esa formulación: el de la concreción.
Soñar, imaginar o replantearse el mundo en función de que otro futuro, tanto propio como compartido, puede ser posible es un viaje de ida. Una vez que una idea zarpa de la mente es imposible detenerla, es imposible retenerla.
Sí, la utopía es universal y surge o surgirá en todas y cada una de las siete mil millones de cabezas que están poblando el planeta Tierra. Es una necesitad imperiosa y emergente. Es el impulso de y para hacer todo lo que sea posible para que eso que parece inalcanzable deje de ser una simple abstracción.
No hay quien no quiera que sus lejanas elucubraciones mentales se concreten y se vuelvan palpables, tangibles y más que nada, reales. Nuestras. La práctica y la vida misma demuestran que, de forma contraria a lo dicho por cualquier diccionario, no quedan enclaustradas en un lugar inexistente; están en tantas mentes y en tantos lugares al mismo tiempo, que sería imposible universalizarlas, cuantificarlas y medirlas. ¿Quién puede decidir cuánto peso tiene una con respecto a la otra?, ¿quién dice cuál vale más y cuál menos?, ¿quién puede decirle a otro cómo pensar?
Soñar, imaginar o replantearse el mundo en función de que otro futuro, tanto propio como compartido, puede ser posible es un viaje de ida. Una vez que una idea zarpa de la mente es imposible detenerla, es imposible retenerla.
Sí, la utopía es universal y surge o surgirá en todas y cada una de las siete mil millones de cabezas que están poblando el planeta Tierra. Es una necesitad imperiosa y emergente. Es el impulso de y para hacer todo lo que sea posible para que eso que parece inalcanzable deje de ser una simple abstracción.
No hay quien no quiera que sus lejanas elucubraciones mentales se concreten y se vuelvan palpables, tangibles y más que nada, reales. Nuestras. La práctica y la vida misma demuestran que, de forma contraria a lo dicho por cualquier diccionario, no quedan enclaustradas en un lugar inexistente; están en tantas mentes y en tantos lugares al mismo tiempo, que sería imposible universalizarlas, cuantificarlas y medirlas. ¿Quién puede decidir cuánto peso tiene una con respecto a la otra?, ¿quién dice cuál vale más y cuál menos?, ¿quién puede decirle a otro cómo pensar?
Las utopías son, entonces, parte de la historia de un pueblo, construcciones mentales de sus habitantes, conjuntos de significados comunes y las impulsoras de los cambios más grandes que marcan la vida en conjunto de un país. Son de todos, porque no hay ser humano que viva sin ellas, no son de nadie, porque nacen como parte de la naturaleza misma formando una antítesis con la racionalidad. Pueden ser globales, porque también pueden ser compartidas y aunque se compartan, también son individuales y particulares, porque nadie las concibe de la misma manera y todos las aprehenden a su modo. Son viajes, esos catalogados como "viajes de ida" de los que nunca se puede volver de la misma manera en la que te fuiste. Imaginarse un mundo y miles siempre que quieras y siempre que puedas, es posible.
Las ideas no se matan, las utopías como futuros lugares posibles, tampoco. Por más restricciones mentales y materiales a las que uno se haya expuesto a lo largo de su vida, para la mente ni el suelo es el tope, ni el cielo es el límite.
miércoles, 3 de enero de 2018
All things must pass
Pasa. Te juro que pasa, hermana. Ahora creés que no. Y te
rompe las pelotas, el corazón, la cabeza… creés que nunca más vas a poder
rearmarte, que un pedazo anda con vos, el otro con él y un montón esparcidos
entre ustedes, en todos los recuerdos que te quedan de vos con él, pero te
equivocás. Pasa, yo te juro que pasa, porque también lo pasé.
Creés que ningún nombre te va a llenar tanto los días como
el suyo, que nadie más te va a marcar las horas así, que el corazón no te va a
dar un vuelco cada vez que lo sientas cerca y que quizá no vuelvas a sentir, ni
sentirte como antes. Pero no, no lo creas, no lo sientas. Te aseguro que es
momentáneo. Te juro que es verdad lo que te estoy diciendo.
Pensás que nunca más vas a leer un nombre semidormida, que
no vas a tener por quién sonreír cuando veas tu pantalla titilando, que nadie
más va a llenar ese primer cuadrito del chat, que ese tono nunca va a volver a
sonar, que ya no vas a tener nadie guardado con ese apodo, ni con ese nombre ni
con ese sustantivo abstracto. Pero te equivocás, estás metiendo la pata hasta
el fondo. Ahora no lo ves, pero después sí.
Sentís que se te estruja el corazón, que no vas a poder con
vos, que el amor no está en tu destino y que quizá es tu merecido. Sentís el
cuerpo pesado, cansado y abatido, como si hoy fuera una transición y no hubiera
mañana. Te duele, te mata el vacío igual que esas lágrimas que compiten con el
mar o todas esas palabras con las que lentamente te estás ahogando. Lo sentís y
te duele, te duele horrores, pero te juro que pasa, que pasa y se pasa.
Un muy buen día, casi sin quererlo, casi sin pensarlo y casi
sin medirlo, una luz vuelve a titilar. Te rearmaste, estás entera, estás lista.
Dejó de dolerte, aunque no lo olvides. Vos podés tocar el cielo con las manos y
lo sabés.
Alguien más apareció. Y al “hola” le sigue un “¿cómo estás?”,
un chiste y un “¿cuándo nos vemos?”. De a poquito tus redes se empiezan a
llenar y te reís de la nada. Querés que de ahora en más el camino sea a su
lado, como tus despertares, como esa vida que pasito a pasito van construyendo
juntos. Para él sos importante, tanto que se desvive por verte bien, por
hacerte reír como pocos, porque te brillen los ojos con solo mirarle.
Sí, volviste a sonreír. Te lo merecés, te merecés todo lo
que te estás pasando ahora. Sos fuerte y movés mares y montañas con solo
existir. ¿Viste que tenía razón? Ibas a superarlo. Ya pasó.
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