viernes, 29 de diciembre de 2017

Mother Mary comes to me

Muchas veces, muchísimas, saber de dónde venís te da impulso para saber hacia dónde vas. Uno de los descubrimientos más grandes de este año fue ella: doña María Moranta Dalmau, viuda de Bibiloni, una de mis bisabuelas. Ella, al igual que gran parte de mis familias, también vino en un barco, dejó atrás su pueblo natal y empezó una vida y una nueva familia en Argentina.  Pese a que vivió hasta entrados sus 90 y los ’90, jamás la conocí.
Cuando era chica, alguien me dijo que las modistas arreglan con hilo y aguja no solo telas, sino también relaciones, vidas, amores y dolores; ellas buscan unir lo que se separó, porque uno no puede seguir adelante si no reúne sus retazos, los junta y los enmienda. Mi abuela materna era modista y a falta de ella, fueron sus tres hermanas, un equipo inseparable, las que en mi vida hicieron el rol de abuelas. María también era modista y todos los que la conocieron la recuerdan como una dulce y afable, capaz de armarse de fuerza y coraje cuando era necesario, de sacar adelante a toda la familia de las situaciones más negras y de “arreglar” lo que hubiera que arreglar para seguir adelante.  Cuando lo supe la amé al instante.
Hasta hace algunos días atrás ni siquiera la había visto en fotos. Alguien alguna vez me había dicho que tenía los ojos más azules que su marido, el pelo negro y la cara blanca y con esa mínima descripción traté de imaginármela muchas, varias, veces. Cuando por fin la vi caí en la cuenta de dos cosas: la primera, que tal y como dijo la persona que me dio la foto, “la genética no perdona” ya me parezco a ella más de lo que jamás hubiera imaginado y la segunda, que conocerla y saber su historia arregló algunos de esos pedazos rotos con los que ya no quiero cargar ni este año ni nunca más.

Una vez más, María cosió para mí. Lo que se hereda no se roba. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

Non Sancta

Ni mi mente ni yo somos santas. No quiero quedarme dormida. No puedo, porque mi subconsciente me traicionará otra vez, lo sé. Sé que entre vaya a saber qué tipo de sueños diré tu nombre y no puedo arriesgarme siquiera a que alguien lo escuche, a que por fin algún incauto descubra lo que siento.
Es casi una ley, mi cuerpo y mi mente más despierta que dormida comunican cosas que quizá durante el día ni siquiera me atrevo a pensar.

Y no es que no te quiera, no. No es que no me pase nada con vos, ni que disfrute de esconderte como si fueras algo indebido o prohibido. Es simplemente que no quiero comprar la cartera antes de haber encontrado al cocodrilo. Soy así en todos los ámbitos de mi vida, esta no es la excepción.
Sé que voy a nombrarte, del mismo modo que antes nombré a otros, sé que entre respiración y respiración voy a desearte. Que no hay nada que quiera más que tenerte al lado, diciendo mi nombre.

Ni mi mente ni yo somos santas. Por eso sé que no me puedo quedar dormida, porque sé que voy a decir tu nombre. Como cuando mi papá entró y lo llamé por el nombre de un él o ese gélido agosto en el que alguien, por tenerme una sola vez, se creyó que me tendría para siempre, e irrumpió en mi cuarto buscando compañía y de mí recibió solo un “él, ¿sos vos?”
Y ni hablar de esa vez en la que una amiga me llevó borracha y engañada a una orgía, me desplomé en el suelo (y en el sueño) y por no poder parar de gritar “no, yo lo quiero a él, lo quiero a él, lo quiero a él” entredormida nadie me tocó un pelo e inclusive me felicitaron: estaba hasta las manos por él. Quizá por vos también.


Algún día voy a nombrarte con todas las letras, del derecho y del revés, hacia adentro y hacia afuera, subiendo y bajando, sin parar. Pero mientras tanto, sos mi placer más emergente, mi secreto mejor guardado, la palabra más sigilosamente pronunciada, una bomba de tiempo en mi garganta y ese deseo a punto de estallar. Ni mi mente ni yo somos santas… vos menos. Que duermas bien. 

sábado, 30 de septiembre de 2017

QueremeQuiero

Me carcomen las ganas de verte, me llenan, me invaden. Hacen de mi conciencia simples piezas que carecen de significado que luego sé que tengo que levantar, enmohecidas, repletas de vos y de todo, absolutamente todo lo que sea tuyo.

Cierro los ojos, te veo mirándome. Te siento, aunque sé que no estás. Que quizás no estés nunca.
Recuerdo tu pelo, siempre perfecto, invitándome a desentramarlo y desentrañarlo. No sólo quiero verte, quiero despeinarte.

Recuerdo tu piel, lo bien que se sentía junto con la mía, la primera vez que te toqué, mi estremecimiento, el brusco aumento del latido de mi corazón, la imperiosa necesidad de que esa sensación no se terminara más, las ganas de seguir recorriéndote con mis manos. No sólo quiero verte, quiero tocarte.

Recuerdo tus ojos, perfectos, perennes, inmunes a cualquier noción de tiempo... Nos mirábamos y no había ni chispas ni brillos ni fuegos artificiales. Simplemente, nos fundíamos, nos abrazábamos-y nos abrasábamos-y no importaba nada más. No sólo quiero verte, necesito volver a mirarte. Derretime otra vez.


Te quiero rodeándome con tus brazos, te quiero viéndome, te quiero queriéndome... ¿tan difícil será volver a verte?, ¡Quereme!, que yo te espero, yo te espero, yo también quiero...

jueves, 31 de agosto de 2017

Lady Di. Un día en la vida

Era 1997. Me gustaba mirar los dibujitos de las obras de Shakespeare en el Discovery Kids, alguna que otra novela y The Box el canal de música. Estaba “enamorada” de Leonardo Di Caprio desde que lo vi en la película Titanic, por eso, cada vez que veía el video de “My Heart Will Go On”, me entusiasmaba a más no poder. También le había cortado el pelo a una de mis Sailor Moon para que se pareciera al personaje de Kate Winslet y mis amigas y yo leíamos las revistas “Linda” y pasábamos los recreos viendo sus fotos y las de los Backstreet Boys, Aaron Carter o Brad Pitt.
En mi casa no había ninguna de esas cosas, estaba lleno de libros de Derecho, enciclopedias y otros ejemplares prohibidos para mi edad, así que si quería leer algo me tenía que conformar con unos tomos azules que hablaban de civilizaciones, historia contemporánea, artes y literatura. Mi favorito era el que trataba de personajes célebres, como Sherlock Holmes, Fausto, los Beatles o Juana de Arco. En medio de la DiCapriomanía descubrí la existencia de Winston Leonard Spencer Churchill y más allá de quién era, me gustaba repetir su nombre porque se llamaba Leonard, como el de Titanic y el de la Mona Lisa.
Para agosto, ya casi no pasaban “My Heart Will Go On” en la tele y los noticieros internacionales que veía con mis padres a la hora del desayuno pasaban a la Madre Teresa y Lady Di que se habían encontrado no sé dónde. La Madre Teresa salía en mi libro, le decían Teresa, como a una de mis tías que tenía carteles de Dios por todas partes, pero se llamaba Agnes y era de la India, que había sido territorio inglés. Ambas, Diana y la Madre Teresa siempre estaban cerca de gente carenciada, enferma o en condiciones de extrema vulnerabilidad. Eso, para mí, explicaba el encuentro de las dos.  Solo unas semanas después, a finales de agosto, la prensa mundial estaba abarrotada con las fotos de la madre Teresa, que se había muerto. Yo me enojé, mi libro ahora estaba desactualizado.
El 31 era domingo, me acuerdo porque esos días comprábamos el diario Los Andes casi religiosamente. Esa mañana en absolutamente todos los canales estaban las fotos del auto negro destrozado en el que viajaban Lady Di, el hijo del dueño del Ritz y un chofer borracho. Al día siguiente, desayunando en un McDonald’s no terminé mi té por leer la crónica del accidente, esa mujer tenía la edad de mi papá, dos hijos muy chicos y aparte el esposo no la quería… y la Reina menos. La Reina era la misma que cuando Churchill era primer ministro (y sigue siendo la misma). Churchill se llamaba Spencer y Lady Di era Diana Spencer. ¿William y Harry serán los que salen parodiados en el video de las Spice Girls? En mi libro no salía quiénes eran las Spice Girls...
Dicen que los recuerdos, cuando uno es chico están asociados a una emoción fuerte. Por eso, contra todos los pronósticos, me acuerdo del atentado a la AMIA en el 94 porque fue el día después de un Mundial y estaba en Mar del Plata, del 11-S porque no tenía clases y era feriado y del 19/20 de diciembre de 2001 porque no podía ver la novela con Chayanne. Al mes que murió Lady Di, nació mi hermano y mis viejos tuvieron el tino de ponerle Guillermo Andrés, como a William, que durante toda la secundaria, y hasta que un pelotudo me rompió sus fotos al grito de “que se joda por inglés”, fue mi amor platónico. Cuando Guille nació, el Palacio seguía abarrotado de flores, al menos eso me mostraban hasta en The Box. 

Y después dicen que 20 años no es nada… 

domingo, 20 de agosto de 2017

Barcelona y Serrat

Siempre que pienso en Barcelona, lo primero que se me viene a la cabeza es el Nano. Quizá porque desde que tenía menos de un año me acuesto a dormir con sus canciones de fondo, o porque creo que nadie más pudo describir de una forma tan perfecta lo que es el amor al mar, a ese que considerás tuyo. Cada vez que le escucho hablar del Mediterráneo se me pianta un lagrimón y no puedo evitar recordar a mi natural Atlántico que en Mar del Plata se torna entre marrón y celeste, según su estado de ánimo.
El Nano me da ese no sé qué que solo se siente con las pequeñas cosas, esas mismas, aquellas delas que habla su canción, las que hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
En estos días me dolió Barcelona y también el Nano, como si fuera una parte de mí, como si fuera una parte de todas mis historias. En la misma semana, me enteré de que ese dialecto que le sentían hablar a mis bisabuelos, hace más de cincuenta años, era catalán. El mismo que se habla en Barcelona, ese en el que canta un tal Joan Manuel, que resulta también ser Juan Manuel como mi hermano.

Quizá algún día llegue a ser tan grande, tan joven y tan vieja como Serrat, él ya no va a estar y el mundo como lo conocemos, tal vez tampoco. Quizá no viva en este país ni en este planeta, tal vez escuchemos música de una forma que ahora es inimaginable y ni siquiera necesitemos dormir para empezar un nuevo día. Pero si en medio de toda esta vorágine puedo crearme una certeza, sé que esa es que siempre voy a tener a mi Mediterráneo y un Joan Manuel del que oír paraules d’amor.

martes, 1 de agosto de 2017

Goodbye my lover, goodbye my friend

Una mañana, al hombre del kiosco de diarios, que siempre se las ingeniaba para traerme La Capital o Los Andes, le pregunté cuál era el diario que menos le compraban. El “Buenos Aires Herald” me respondió,” lo compra uno que otro así blanquito como vos, pero nadie más, en cualquier momento muere”.  

Desde ese día, siempre que podía, porque ya compraba un diario local, uno provincial y uno nacional, también separaba un poco de plata para comprar el Herald. Me daba no sé qué que un diario fuera a cerrar porque nadie lo compraba y pensaba en los escritores/periodistas que lo hacían, ¿se sentirían como nos sentimos todos cuando no nos leen?

Corría 2012, un año de mierda (no hay otra manera de decirlo). Me mudé a un nuevo departamento, ese mismo día rompí una bacha y ahogué mi celular en una taza de té verde a medio tomar; al mes, en pleno mayo y en La Plata, no tenía gas y todas las mañanas iba a buscar agua a la facultad, que quedaba a dos cuadras, para poder tomar unos tés calientes. Tampoco tenía internet y menos que menos televisión. 

En medio de todo eso, creo que lo único que me salvó fue que nunca dejé de leer (ni de escribir, pero eso ya es para otra historia). Desde antes de cursar Gráfica 1, mis mañanas empezaban con los diarios sobre la mesa y por más aislada del mundo que estuviera, ese pequeño ritual siempre se mantuvo intacto. Tener un diario nuevo para ver era espectacular y como fanática de los idiomas que todavía soy, me devolvió los colores. Cada palabra y cada expresión que descubría me entusiasmaban más y más.

En una época en la que no estaban tan masificadas las aplicaciones, tener un buen diccionario costaba un ojo de la cara y vivía a comedor universitario, agua y bizcochitos Don Satur, tener un diario con el que encontrara el equilibrio justo entre aprender más de un idioma (por ese entonces ya hablaba tres) e informarme, casi-casi que se acercó a la gloria. 

Me volví a mudar, a tomar una ducha caliente y a pasar horas en internet, pero siempre pasaba a buscar el Herald y le fui leal por años, inclusive cuando se volvió un semanario que salía cada viernes y paulatinamente se fue apagando. 

Hoy, pasados sus 140 años, no va más. Siento que algo se me rompió, o peor aún, que se fue una parte de mi vida.


"You have been the one, you have been the one for me..."



miércoles, 10 de mayo de 2017

Este puñetero blog

¿Qué hace uno para evitar situaciones de este tipo en el 90% de los casos?... ¡¡¡SE ESCAPA!!! Créanme que tengo razón… como la mayoría de las veces.
Ejemplos hay miles: el que trabaja mucho, el que estudia mucho, el que lee mucho, el que escribe mucho, el que viaja mucho, el hombre o la mujer orquesta, el que tiene la casa llena de gente todo el tiempo o el que nunca está… hay tantas formas de escape como personas. Están los que salen a caminar, los que van a la pileta, los que hacen algún deporte, los que chatean, los que pintan, los que toman cursos hasta de cómo atarse los cordones con una mano… créanme que dentro de ese 90% que les mencioné antes hay formas de lo más creativas, otras formas como dormir o enfermarse, son demasiado obvias.
El quid de la cuestión es: ¿de qué nos estamos escapando?, ¿Qué es lo que nos hace día tras día recurrir a una o más formas de escape?, ¿Qué hace que elijamos una forma y no otra?, ¿Qué hace que en vez de decir que estamos disconformes nos escapemos?...
Así como dije que hay miles de formas de escaparse, también hay miles de cosas que hacen que nos escapemos.
Algunos se escapan de una realidad que no quieren enfrentar; de un mundo que les angustia ver; de un mañana que no es prometedor; de un hoy frustrante; de un hogar sin contención; de alguien que nos acompaña pero esperamos ver dormido cuando nos acostamos y ya fuera de la cama cuando nos levantamos; de un familiar insoportable o inoportuno; de la presión de ese examen que no sé si rendí bien o mal; de padres demasiado exigentes; de hermanos muy competitivos y…hasta de nosotros mismos
Este puto blog como dije al comienzo, es parte de mi forma de escape, la computadora, al menos yo me escapo de un entorno familiar crítico, una vida social escasa, un vacío existencial gigantesco y unas ganas tremendas de tener otra vida en la que pueda ser libre y pueda elegir… ¿lindo no?...
Desde que soy chica me encanta escribir, creo que es mejor terapia que un psicólogo y cuanto menos para mí es más barato…

Ojo, no estoy diciendo que lo que leyeron sea literatura barata, sino una forma ácida de ver la vida. Vida que si bien muchas veces es fantástica y nos trae personas o cosas maravillosas otras veces, se ensaña con nosotros hasta vernos aplastados en el suelo como hormigas para luego levantarnos y elevarnos y volver a tirarnos y volver a levantarnos… pero esa es otra historia complicada de esta chica complicada.

jueves, 13 de abril de 2017

El despadre

Quise. Quise mucho, muchísimo poder decírselo, pero me contuve. Ni bien lo contó se me revolvió todo, lo viejo, lo nuevo, lo que ya había pasado y también lo anterior. La entendía y más que nadie, pero ella nunca me entendió. Pasamos por lo mismo, por circunstancias casi calcadas, como si algunas cosas se heredaran casi de manera tan perfecta como la sangre.
Le quise contar todo. Yo también pasé hambre e inseguridad(es); también estuve sola y a la deriva sin poder parar de llorar y también me sentí desesperada, dolida y decepcionada, no sé si con él o con la vida misma, pero salí adelante. Una sale adelante porque no queda nada más, porque no queda de otra, porque no hay otra manera.
Él también relativizó mi cariño; midió en pesos nuestra relación; justificó hasta el hartazgo sus ausencias con un “no sé qué le hice” y desapareció de mi vida, porque a decir verdad, tampoco supo nunca hacerse cargo de la suya.
Cuando no tuve plata para llegar a fin de mes, tuve que vender mi secador de pelo, mi grabador y mi MP3; cuando no tuve qué comer robé de alguna heladera ajena o de la basura, esperé la buena voluntad de alguien a la salida de un negocio o me hice la boluda en algún evento y me llevé las sobras.
Mi él no se diferencia mucho del de ella. No estuvo para prevenirme, ni advertirme, ni consolarme y frente a todo eso, el hecho de no mantenerme fue una nimiedad. Y como fue una nimiedad, en el momento en el que pensé que me ahogaba, pateé más fuerte, salí a flote y empecé a caminar por mis propios pies.
Terminé el colegio y la facultad, hice amigos, viajé hasta donde pude, me afilié a un partido y milité. Cuando dejé de mirarlo a él, me pude mirar a mí y cuando lo hice, vi todo lo que me esperaba, todo lo infinito que podía alcanzar.

Quise mucho, muchísimo poder decírselo, para que sintiera que todo lo que está pasando es transitorio, que como dice la canción “del mismo dolor vendrá un nuevo amanecer” y que de si busca la luz la va a encontrar. Quise decírselo, pero en vez de todo eso, le di un abrazo y me callé. 

domingo, 2 de abril de 2017

Torta de chocolate sueca// Kladdkaka [ES]

Esta torta probablemente sea una de las más populares en las meriendas suecas. Cada café de la ciudad tiene una versión a la que puede introducirle ciertas variantes. Personalmente me gusta acompañarla con zanahorias y naranjas caramelizadas y también azúcar impalpable. Kladdkaka literalmente significa torta pegajosa. Su punto y tiempo de cocción son inferiores al de otro tipo de pasteles y es eso lo que la distingue y justamente lo que la hace tan buena. Es también una torta de rápida y sencilla preparación, pero el horneado debe hacerse con sumo cuidado. Con menos horno del necesario, la torta quedará estropeada. Si el tiempo de cocción supera los cuarenta minutos quedará demasiado seca y difícil de digerir. Para que esté en el punto justo es crucial vigilar la cocción durante los últimos minutos del horneado. 



Ingredientes
100 g
(7 tbsp)
manteca/mantequilla 
125 g
(1 cup)
harina 000
25 g
(4 tbsp)
cacao amargo en polvo.
1 pizca

sal.
3

huevos. 
225 g
(1 cup)
azúcar blanco refinado.
1 cucharada 

esencia de vainilla. 


Preparación

1. Precalentar el horno a 175° grados.
2. Derretir la manteca y dejar enfriar lentamente. 



3. Unir los huevos y el azúcar hasta que la mezcla sea liviana, fluida y pálida. 


4. Agregar la manteca derretida y el cacao en polvo hasta lograr una mezcla espumosa y consistente.  Batir al menos tres minutos con batidora eléctrica.

5. Poner en un molde previamente enmantecado y enharinado de 20x30. La torta crecerá durante el horneado, pero no demasiado.
6. Cocinar a fuego mínimo por alrededor de 18-22 minutos o hasta que los bordes estén dorados y crujientes.
7. La torta estará lista una vez que al presionar el centro éste necesite un poco de presión para romper la capa formada por el azúcar, pero por dentro siga estando blanda. Una vez que eso ocurra, dejar enfriar en el molde por lo menos durante una hora. Una vez fría puede conservarse hasta cuatro días en un lugar fresco y seco. 

Swedish sticky chocolate cake (Kladdkaka) [EN]


This cake is possibly one of the most famous Fika cakes in all of Sweden. Every café has a version of Kladdkaka (which literally means ‘Sticky Cake’). Yes, it is a bit like an underbaked chocolate cake (and that's exactly what makes it so very good). It’s also an easy cake to make, but watch the baking: too little and it’ll be a runny mess, too much and it’ll be a stodgy dry cake. 
Watch it closely during the last few minutes of baking time!


Ingredients
100 g
(7 tbsp)
unsalted butter
125 g
(1 cup)
plain (all-purpose) flour
25 g
(4 tbsp)
good quality unsweetened cocoa powder
pinch

salt
3

eggs
225 g
(1 cup)
caster (superfine) sugar
1 tbsp

vanilla sugar*
*Or use 1 teaspoon of vanilla essence.
Instructions

1. Preheat the oven to 175°C (350°F, gas 4, fan 160°C).

2. Melt the butter and leave to cool slightly

3. Whisk the egg and sugar together until the mixture is light, fluffy and pale.

4. Fold in the melted butter until you are left with a smooth chocolate mixture

5. Pour into a lined cake tin. This recipe fits a normal 20x30cm tin. The cake will not rise, but it will puff up slightly during baking

6. Bake on the lower rack of the over for about 18-22 minutes until the centre is lightly set.

7. If you press down gently on the cake whilst its baking, the crust should need a bit of pressure to crack. When this happens, the cake is done. Leave to cool in the tin for at least an hour. Once cooled, it can be stored in an airtight container for up to 4 days. 

sábado, 25 de marzo de 2017

Nunca Más (esta vez, en serio)

Hace 41 años te mataban no sólo por lo que creías, no sólo por lo que pensabas, sino también por lo que creían que podías llegar a hacer con todo eso que pensabas. La dictadura, las muertes, las torturas independientemente de las banderas políticas fueron padecidas por todo el pueblo argentino. 

Un pueblo sin memoria se condena a sí mismo a repetir una y otra vez los errores u horrores del pasado. Nuestra memoria, como argentinos, como militantes y como ciudadanos no es ni debería ser un habitáculo vacío que se prende porque sí en días específicos y luego se vuelve a dejar en stand by. No. Nuestra memoria está cargada de emociones, no es peso muerto, no es algo inerte. Nuestra memoria late, es nuestro valor agregado. Nuestra madurez social y política es la que hoy apaña a la democracia como sistema de gobierno y es esa democracia la que todos los días tenemos que salir a defender e incorporar en todos nuestros actos.

No nací sabiendo nada. Como a muchos otros, que nacieron (nacimos) en democracia, me lo incorporaron. Primero fueron mis viejos, después la escuela, los libros, los medios, quienes esa mañana de hace 40 años se despertaron y estaban en dictadura, quienes no vivieron para contarla, pero viven de otras formas...

Yo no lo viví, pero puedo y elijo transmitirlo y sé que no soy la única. Entre todos estamos creando las bases para que las generaciones futuras no tengan, al igual que nosotros, ni un atisbo de duda a la hora de levantar las banderas de quienes ayer lucharon para que hoy podamos ser libres en convicción y pensamiento. 

Ni tenemos que olvidarnos de dónde venimos y tampoco tenemos que perder de vista hacia dónde vamos ni por qué luchas bregamos. Queda mucho camino para tener el país que soñamos y si inclusive en democracia nos sigue faltando gente, como sociedad, no podemos estar completos. Que el NUNCA MÁS nos dure para SIEMPRE.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Wednesday

1. BAJA PRESIÓN: algún día me voy a tatuar el 8/5, solo para recordarme que siempre se puede bajar un poco más.

2. LOS CINCO MINUTOS: sea la hora que sea, duermas solo o con quien sea, los "cinco minutos más" después de posponer la alarma, nunca son cinco minutos.

3. BACON Y MEDIALUNAS: es legal desayunar cuantas veces sea necesario, para ligar de arriba y por algunos minutos una ráfaga limpia de aire acondicionado.

4. ZOMBIES: no importa que esté muerto hace más de veinte años, sigo hablando de él en presente, como si me lo fuera a encontrar mañana. No importa que esté vivo y dando vida, cuando lo nombro, siempre es en pasado, casi como si no hubiera existido.

5. PARADERO: ¿adónde creés que te vas a esconder, si de un fantasma no se puede escapar?

6. GENTILEZA: "si estás embarazada o con pibes podés pasar directamente... igual pasá, hay tipos que vienen con bebés para pasar primero y me hacen dar bronca, hoy el calor es inhumano para todos"

7. DOBLE RACIÓN: "No hay fruta, agarrate otro pan". Como si fuera lo mismo, como si diera lo mismo.

8. FANTASMAS: cuando estás por dejar algo, te cruzás con todas las razones que, a lo largo de los años, tuviste para no dejarlo.

9. PORTACIÓN DE CARA: el tipo me había manoteado durante un recital, era piba, boluda, corrí y me largué a llorar. Lo vi ayer, hoy, mañana. Trabaja en la esquina de casa. Pasó media década, yo sé que soy una más en su haber, pero él es el único que miro y me da náuseas.

10. PUNTOS CARDINALES: "son 6 pesos", "son 6,25, porque aunque sean 15 cuadras, hay cambio de sección", "¿por qué me peleás por 25 centavos si a fin de año vas a pagar 11 mangos"... y así los choferes de la línea ESTE, demuestran que hace mil años que perdieron el norte.

11. CEBADA: pensaba que en verano y con cuarenta grados, me bastaba un helado para ser feliz. Y entonces descubrí la birra recién sacada de la heladera.

12. USOS: los volantes que dan los pibes vestidos de cocineros no sirven ni para abanicarse. Es en ese momento cuando hay que recurrir a la chica que reparte las muestritas de Pantene.

13. CON LA FRENTE MARCHITA: uno empieza a entender el tango cuando está más lejos de cumplir 15 que de llegar a duplicarlos.

14. LA MEDIA VUELTA: andate de mi mundo, andate con el sol, andate cuando se muera la tarde.

15. AL REVÉS: en el Registro Civil, a mayor edad, mayor el arancel (y ni hablar si ya estás muerto)

16. FICCIÓN; y no hay novela que pueda se le pueda comparar a lo intrincado de algunas realidades.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Letra y Música 2

Nunca había leído testimonio más desgarrador que el de Noches Blancas, nadie me había cantado tan bien las cuarenta como don Eduardo en El Libro De Los Abrazos. Nadie me había transmitido tan bien lo "loco" del amor y la fuerza de los celos como el Romeo y el Otelo de Shakespeare y nada me hacía "volar" tanto como el realismo mágico del Gabo o las historias de Ray Bradbury, que de tan prácticas eran fantásticas y de tan fantásticas, llegaron a ser reales. Tampoco nadie me había dado tantas vueltas como Descartes o parecido tan interesante y al mismo tan insulso como Gray y su atlas de medicina.

Fue en ese momento, cuando mi realidad superó todas mis ficciones ya escritas, cuando empecé a leer menos y tuve la necesidad imperiosa de (d)escribir(me) más. Creía saber cómo se sentía un beso porque lo había leído tanto en un libro de poemas como en uno de medicina, pero recién fui capaz de describirlo cuando me dieron uno. Esa misma situación se dio con todas las cosas y experiencias por las que fui pasando después. La lectura fue mi teoría y cuanto más creciera, más tendría que apropiarme de la escritura como práctica. No por nada, los escritores escriben y describen TODA su vida, aunque nunca jamás escriben sobre sí mismos.

Leer o escribir bajo presión es imposible. Se hace o por mero impulso o no se hace. Un libro no te llega por azar, uno lo elige y quizá ese libro también lo elija a uno. Así fue como los primeros me los mandaba mi abuelo junto con bolsas y bolsas de golosinas, los siguientes mi papá y los restantes los fui consiguiendo hasta hacer de mi biblioteca un club. No me imagino otra forma de leer que no sea escribiendo, ni me imagino una descripción de mi vida sin la lectura como arma, aliada y en muy contadas ocasiones, también enemiga.

La idea, la inspiración, ese algo que surge de la necesidad de tomar una lapicera o empezar a tipear no viene porque sí y lo mejor del asunto es que del mismo modo que la imaginación, la escritura tampoco tiene techo, mucho menos, piso. Así como amor no es literatura sino se puede escribir en la piel, así como todo conflicto, todo cambio tiene un detonante, todo lo escrito tiene un porqué y un para qué. Ya sea que se escriba un microrrelato, los 140 caracteres de un tuit, una novela o tu propia biografía lectora, siempre hay una razón. La de hoy, es presentarme, representarme y volver a descubrir esos motivos por los que justamente creo que si todo lo demás falla hay que leer, pero más que nada, no dejar de escribir.

Letra y música 1

Sí. Los veintitantos que tengo me los pasé leyendo. Mi abuelo materno se sabía la Divina Comedia de memora, el otro era licenciado en Letras y mis padres, abogados, devotos de Cortázar, Bécquer y Shakespeare.  ¿De qué otra forma podría haber salido?

Caperucita Roja, la Cenicienta y Blancanieves eran parte de mis lecturas predilectas, pero no por mucho, ¿quién no quería ser princesa a los cinco años?, ¿quién no quería, a los diez años, encontrar un príncipe para casarse y no tener que salir a trabajar?

Las princesas eran perfectas, pero no eran reales, al menos no tanto como las mujeres que se instalaban horas en el estudio de mi mamá. La Bella Durmiente no tenía un marido que le pegaba, ni un padre ausente. Tampoco hay novios obsesivos en los cuentos de hadas y nadie lidia con cáncer antes de los 30, ni se saca los ojos por un pedacito de tierra. Ni las princesas ni las mártires eran mis ejemplos, pero las leía, las veía y las escuchaba. Quizá, sacando un poco de cada una y aprendiendo de la otra podría inventarme una mujer que sí fuera un ejemplo o podría armar una lista de las cualidades que yo sí podría tener cuando me convirtiera en mujer.

Leí a los hermanos Grimm con la misma pasión que todos los fines de semana buscaba una nueva palabra en el diccionario, a fin de poder ganarle a mi papá (obsesivo cultor del griego, el latín y el castellano) en el tan temido tutti-frutti. Prácticamente sentía que tocaba el cielo con las manos cada vez que gritaba "Tutti-frutti, nadie más escribe" y sabía que todo era mi mérito propio por haber leído y nunca haber dejado de escribir. Me sentía imbatible.

La vida me fue llevando por distintos y variados caminos. Al ir creciendo, al menos en edad (porque sigo midiendo lo mismo que a los 13 años), mis responsabilidades fueron mayores y los tiempos para leer se acortaron. Sin embargo, nada puede con la imaginación, más cuando sobrevienen momentos de crisis, o cuando justamente, la realidad supera a la ficción. Por eso, el tiempo que no pasaba leyendo lo empecé a utilizar escribiendo. De ahora en más yo iba a ser la dueña de mis ficciones y la creadora de mis propias realidades.

sábado, 28 de enero de 2017

Como si nada


Rompí tus cartas, borré tus conversaciones y cerré mis cuentas. Cogí mis sábanas e hiberné en ellas todo el día.
Cuando era chica decía que quería ser médica para inventar la vacuna contra el mal de amores, esa que ahora me ayudaría a verte, oírte y pasar ratos con vos como si nada, pero sabiendo que habíamos vivido un “como si todo”; porque no importa qué tan corto pudo haber sido nuestro camino, sino la marca que ya nos dejamos.
Y ahí estaba yo, lidiando con mi alma de a ratos, de a cuajos, de a pedacitos cada vez más delicados. Los dos amamos ganar, tanto que hasta nos duele empatar.
 “Yo no quiero cagarla”, me dijiste.
“Y yo tampoco te quiero a medias”, te respondí.
Por más que quisiéramos ganar (nos), teníamos mucho para perder.
Pensé en Agatha Christie y el modo brutal que tuvo de hacer de su historia una ficción. También pensé en la treinta y única película que me hizo llorar: el Eterno Resplandor de Una Mente Sin Recuerdos. Suspiré.
En la única red social de la que no había podido borrar tu rastro encontré un mensaje tuyo. Uno que probablemente me mandaste con varias copas de más y del que quizá-no sé- ante mi letal respuesta, te arrepentiste.
Se supone que cuando alguien está en un break como Rachel y Ross, los implicados no se escriben, no se ríen, no se miran y mucho menos confiesan que se extrañan. Sin embargo, vos y yo… lo creo imposible.
Fue en ese momento cuando lo entendí todo. No puedo borrarte de mi vida, ni puedo borrarme de la tuya. Yo no puedo dejar de lidiar con tu presencia y vos no me podés sacar de tu cabeza.
Llegué a la conclusión de que tenemos que aprender, pese a nosotros mismos, a vivir juntos pero no revueltos, como en un cuento infinito. Ninguno de los dos pierde, pero ninguno de los dos se va a dejar ganar.
Estamos sin ser y no somos nada, pero te sigo mirando, te sigo mirando y mirando y seguís siendo todo.